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CARNAVAL DE RIOSUCIO (CALDAS)
Y TESOROS DE ESTE MUNICIPIO SIN PAR

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Toda la información en:
http://www.carnavalriosucio.org/website/

 

TESOROS DE RIOSUCIO (CALDAS)

Más allá del Carnaval

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Los diablos andan sueltos. Dibujo de Rodrigo Díaz

La Perla del Ingrumá, la ciudad donde el diablo preside el Carnaval, la sede del Encuentro de la Palabra, hace parte de la margen izquierda del Río Cauca Medio, territorio ancestralmente ocupado por pueblos indígenas y recorrido por primera vez hace 475 años por los conquistadores Juan Vadillo y Jorge Robledo en 1538 y 1539, en tiempos de los caciques Ocuzca, Umbruza y Cananao.

La parte central del actual Municipio de Riosucio funcionó entre los siglos XVI y XIX con base en el Pueblo de Indios de La Montaña y el Real de Minas de San Sebastián de Quiebralomo (de población mulata y española), asentamientos que mantuvieron rivalidad durante toda la Colonia. La zona rural fue organizada en resguardos indígenas en 1627 por el oidor Lesmes de Espinosa y Saravia. La fundación del centro urbano proviene de la época de la Independencia, gracias al empeño de los sacerdotes José Bonifacio Bonafont y José María Bueno, quienes fusionaron en una sola población los asentamientos de La Montaña y Quiebralomo el 7 de agosto de 1819, la misma fecha de la batalla de Boyacá. El terreno escogido fue el sitio de Riosucio, al pie del cerro Ingrumá y cerca al río Imurrá, que el español Vadillo había llamado Riosucio porque cuando lo cruzó bajaba crecido.

El momento de su fundación coincide con que las minas de oro y plata de Marmato y Supía fueron dadas en garantía a una compañía inglesa por un empréstito que sirvió para financiar la guerra de Independencia, lo que atrajo a la región varias misiones científicas, administradores y aventureros mineros extranjeros, que contribuyeron a definir el perfil físico y humano de la naciente ciudad. En 1825 el francés J. B. Boussingault hizo de Río Sucio de Engurumí el eje de sus trabajos mineralógicos y atmosféricos, fungiendo además como campanero del templo de San Sebastián, por su amistad con el padre Bonifacio Bonafont. El trazado de las calles de Riosucio, mucho más anchas de lo acostumbrado, proviene de esta época. Para 1846 el nuevo poblado fue erigido en municipio, cuando ya estaba definida la estructura urbanística que hoy perdura, fundada en la cuadrícula tradicional, con eje en dos amplios parques principales (San Sebastián y La Candelaria), separados, o unidos, según como se le mire, por una sola cuadra de distancia, que lleva el nombre de Calle del Comercio.

Desde la época de la Conquista hasta la Guerra de los Mil Días, Riosucio hizo parte de la antigua provincia de Anserma en el extremo norte del Gran Cauca, o sea, por 365 años se gobernó desde Popayán, Anserma, Cartago y Toro, no habiendo pertenecido nunca a Antioquia. Pero desde mediados del siglo XIX sufrió, no sin resistencia, los embates de la colonización antioqueña, la misma que descuajó las selvas despobladas de la margen derecha del río Cauca en el eje Aguadas-Manizales-Samaná. Hace poco más de cien años, en 1905, el general Rafael Reyes organizó el Viejo Caldas, mediante la segregación de territorios de los departamentos de Cauca, Antioquia, Tolima y Chocó. Desde entonces Riosucio hace parte del Departamento de Caldas. Por eso su cultura es de base predominante caucana, sobre la que se superpuso la cultura paisa.

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Ubicación de Riosucio en el contexto geográfico actual

Desde siempre Riosucio ha estado en el camino entre Popayán y Cartagena. Hasta comienzos del siglo XX no entraba carretera a la región. Al abrirse en 1933 la carretera La Virginia-Anserma-Supía-Caramanta-La Pintada, Riosucio queda en el medio, como una ciudad-posada, punto de paso y descanso forzoso para todos los pasajeros y cargas que se cruzaran entre Medellín, Bogotá y Cali, y parada obligada de la Vuelta a Colombia en Bicicleta, destino que tuvo a bien cumplir la ciudad hasta cuando la construcción de la autopista Medellín-Bogotá (1980 aprox.) y de la carretera Irra-Manizales (2000 aprox.) desvió el tráfico por otras rutas, para desgracia de la economía local, pero para fortuna de la conservación de la ciudad, como le sucediera a Mompox siglos atrás cuando al río Magdalena le dio por torcer el brazo principal de su cauce para otro lado.

Si se fueran a enumerar las ventajas que tiene Riosucio entre las ciudades de Caldas y de Colombia se podrían considerar las siguientes:

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Primera, y por sobre todo, su patrimonio arquitectónico, el cual conserva casi en un 80%, basado en casas de teja, paredes de bahareque, con aleros y sin balcones. A Dios gracias, sus pobladores trazaron en los años cincuenta la Avenida de los Fundadores al norte de la ciudad, hacia donde se dirigió el desarrollo urbanístico, poniendo a salvo a Riosucio de la destrucción de su centro histórico, a diferencia de lo que sucedió en las vecinas y más antiguas ciudades de Anserma y Supía, donde élites improvidentes demolieron las casas antiguas para construir edificaciones nuevas de nula raigambre y dudosa estética. En el Departamento de Caldas existen ciudades que conservan más intacta la arquitectura tradicional del siglo XIX, como Salamina, que es patrimonio nacional, pero no tienen los accesos con que cuenta Riosucio.

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Y aquí viene la segunda ventaja: La ubicación. Riosucio sigue quedando a la orilla de una de las principales troncales de Colombia, lo que la pone a 2 horas en bus de Manizales, a 3 de Pereira, a 4 de Medellín y a 5 de Cali.

3ª. La temperatura. 18 a 20ºC. Un temperamento tan sano y tan agradable como el que tenían Medellín o Bucaramanga hasta los años 60. Ni tan caliente como Supía ni tan frío como Manizales.

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4ª. El microclima. Riosucio recibe toda la influencia de la vega de Supía, por lo que en época de lluvias sube la evaporación desde el río Cauca, envolviendo sus calles y parques en una tupida neblina incluso en el calor de las dos de la tarde, de ahí que para muchos Riosucio sea tan agradable en verano como en invierno.

5ª. El declive. Riosucio no es una ciudad encaramada en la cresta de una montaña, de calles faldudas difíciles de transitar, sino que está ubicada en un terreno de suave pendiente, lo que permite recorrerla con comodidad. Además que cuenta por lo menos con cinco rutas propicias para caminantes (hacia los parajes de La Playa, Pueblo Viejo, Sipirra, Miraflores y El Jordán).

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6ª. El paisaje de cerros. Riosucio es el epicentro de una región dominada en su geografía por cerros. No montañas, sino cerros, alturas independientes que sobresalen en el paisaje: Cerros Buenos Aires, Poolcas, El Gallo y Viringo en el Resguardo Indígena de San Lorenzo; cerros Sinifaná, Lomagrande, El Gallo y Carbunco en el Resguardo de Cañamomo Lomaprieta; cerro Ingrumá en el Resguardo de La Montaña, y cerro Picará (o Clavijo) en el Resguardo de Escopetera Pirza, además de los cerros vecinos de Tacón y El Campanario en Supía y del majestuoso Batero en límites con Quinchía. El propio casco urbano de Riosucio se localiza en mágica alineación con los cerros Sinifaná al oriente e Ingrumá al occidente.

7ª. El Ingrumá. Cerro tutelar de la ciudad. De 200 metros de altura (la mitad del cerro Monserrate en Bogotá). Sagrado para indígenas y católicos. De fácil y agradable ascenso por un fresco sendero de tierra que sube en medio de una vegetación excepcionalmente conservada de bosque húmedo tropical. Sobra decir que tiene una divisa espectacular hasta los confines de las cordilleras central y occidental, y una amable vista sobre los parques y barrios de Riosucio y hacia los pueblos comarcanos.

8ª. La colina semiurbana de Sipirra. El paisaje de Riosucio se complementa al norte con esta colina sembrada de guaduales y tachonada de pequeñas casas indígenas y campesinas rodeadas de solares con jardines, un verdadero placer para la vista, y recorrido predilecto para caminantes y atletas. Los lunes, sin importar que no sea día festivo, los riosuceños acuden a Sipirra a pasar una tarde de paseo, guarapo y fútbol, como hasta hace unas décadas se congregaban allí mismo alrededor de las galleras.

9ª. El nevado del Ruiz, que se aprecia desde Riosucio, mirando hacia el sureste, en las frecuentes mañanas despejadas y en escasos atardeceres. En la misma dirección brillan de noche las luces de la ciudad de Manizales.

10ª. Las Parcialidades Indígenas. En Riosucio las tierras de los Resguardos indígenas llegan hasta el atrio de la iglesia. De hecho, el casco urbano se ubica dentro de los Resguardos de La Montaña y de Cañamomo, manteniéndose el deslinde hasta el día de hoy como asunto litigioso de nunca acabar entre las diferentes autoridades. La población rural, algo así como 45.000 personas, está organizada en parcialidades indígenas, que se rigen aún por Cabildos de origen colonial, bajo las reglas de la Ley 89 de 1890, que trata del modo como se gobiernan los indígenas reducidos a la vida civilizada.

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11ª. El Encuentro de la Palabra. Desde 1983, cada año se escenifica en Riosucio un ejercicio ritual del verbo, con el nombre de “Encuentro de la Palabra”, que por el mes de agosto convoca a poetas, filósofos, ensayistas, cineastas y novelistas en un aquelarre intelectual de verano que muy pocas ciudades se dan el gusto de tener.

12ª. El Teatro Cuesta y el Hotel Palacio. Dos edificaciones patrimoniales que datan de los años 30, época de auge minero en la región. El teatro fue construido por iniciativa de doña Lucrecia Cuesta y albergó espectáculos de zarzuela, teatro y baile de compañías nacionales, americanas y europeas que iban de paso hacia las capitales cercanas, además de ser el foro de los artistas locales. Hace un tiempo se derrumbó, pero en 2011 fue reconstruido como uno de los mejores escenarios de la región. En la Calle del Comercio, los corredores enchambranados y floridos de los tres pisos del Hotel Palacio también sirvieron de balcones para funciones teatrales.

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13ª. Las fiestas locales. El novenario y las procesiones, pero también las vacalocas incendiarias y las culebras de pólvora detonante se toman la plaza de abajo cada 2 de febrero, día de la Virgen de la Candelaria. A lo largo del año los resguardos indígenas rebosan de guarapo y chirimías en las fiestas de la panela, del chontaduro, del santo de turno y de la olla de barro; mientras el antiguo enclave esclavista de Guamal (Supía) celebra su Carnaval Negroide. Una nutrida agenda de fiestas que explica en parte la existencia de más de cien agrupaciones musicales en Riosucio, donde destacan los tiples de los indígenas de la Montaña, las Chirimías de Cañamomo Lomaprieta, el grupo musical Saqueazipa con sus 28 años de tradición y los semilleros de la Casa de la Música y las Artes.

14ª. La danza. Según decir general, “la danza constituye en Riosucio el testimonio raizal de un legado testamentario. Acompañada por bandolas, tiples, guitarras, caránganos, redoblantes, maracas y flautas, los bailes de ‘Las flores’, ‘Los Monos’, ‘La caña’, ‘El gallinazo’ y muchos más muestran entre bambucos, torbellinos o pasillos la vitalidad y alegría de una raza privilegiada y amorosa”. Lo anterior se encarna en Las Danzas del Ingrumá, agrupación surgida en 1968, cuyo virtuosismo y autenticidad les valió en 1982 hacer parte de la delegación colombiana que acompañó a Gabriel García Márquez a recibir el Premio Nobel en Estocolmo, Suecia.

15ª La gastronomía. Como no hay fiestas sin comida ni bebida, en Riosucio los hay en abundancia, derivados de antiguas tradiciones indígenas y caucanas. Para beber: chicha de maíz, sirope, agua de Santamaría, vinos de frutas, guarapo, aloja y destilados de caña. Para comer: chiquichoques, nalgas de ángel o lengüifríos, estacas de mote, hogagatos o envueltos, hojaldras, empanadas de cambray, tamales, fiambres con sabor a hojas de biao, y los bizcochos montañeros, tan emblemáticos de Riosucio como las achiras del Huila.

16ª. La cerámica y los petroglifos. Pese al saqueo que produjo la guaquería, en especial en la cima de los cerros, la Alcaldía Municipal y los Cabildos indígenas han logrado recuperar gran cantidad de ollas, vasijas, usos para tejer, piedras de labor y demás vestigios de los antiguos habitantes. En el Valle de los Pirzas se localizan 17 sitios sagrados identificados por grandes piedras talladas con petroglifos y en la sede del Cabildo de Escopetera Pirza, en el poblado de Bonafont, se encuentra la olla de barro más grande encontrada en una guaca, donde fácilmente pudieron haber cabido dos españoles bien acomodados y condimentados.

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17ª. Los dos templos. Dominan el uno el parque de arriba (San Sebastián) y el otro el parque de abajo (Nuestra Señora de la Candelaria), y además de sus respectivas advocaciones, representan el de arriba a las comunidades mestizas y mulatas y el de abajo a las comunidades indígenas (y a conservadores y liberales, respectivamente, en los tiempos aciagos de La Violencia). El templo de San Sebastián es una joya, tanto en su exterior como en sus naves. Recogido, elegante y de formas curvas, tiene por base el ladrillo a la vista y la madera. Por su parte el templo de La Candelaria es monumental, casi desproporcionado para la altura del pueblo, aunque por ello ejerce una rara fascinación. Sin embargo, arrastra el fracaso de que se le cayeron las dos torres delanteras en un terremoto, y en su reemplazo se adaptó una réplica de mal gusto del frontis de la iglesia de la Torre de Piza (Italia), que clama a gritos por una restauración.

18ª.  Los tres cementerios. Ubicados en una falda a mitad de camino entre el pueblo y la colina de Sipirra, se encuentran tres cementerios: el canónico de siempre, con capilla y bóvedas de cemento; el de sepulturas en tierra, que antes era una pesebrera donde enterraban a los suicidas, y otro de propiedad particular, creado en 1899 cuando un cura regenerador sacó a empellones del camposanto católico el cadáver de un alemán protestante luterano muerto diez años antes y su familia lo inhumó de nuevo en un lote propio, donde en adelante siguieron enterrando a los suyos.

19ª. Cuarenta leguas de historia regional. En 40 leguas se calculaba para 1771 la longitud de la provincia que iba desde Anserma hasta Marmato, de la que hace parte Riosucio. Esta provincia comienza a ser objeto de estudios científicos de sus procesos históricos y antropológicos, además que abundan los libros de crónicas que dan cuenta de la letra menuda de su acontecer diario. En este aspecto las gentes de Riosucio han confeccionado uno de los más originales y sorprendentes mitos alrededor de su origen, con pocos parangones en el país. Baste decir, como se vio, que la fundación de Riosucio no se debió al capricho imperial de un conquistador ni a prohombres y matronas colonizadores, sino a un complejo proceso de relaciones entre etnias distintas y con intereses encontrados, mediado por la Iglesia, que termina poniendo al Diablo por árbitro de la convivencia local.

Y si no es porque el Diablo se dio sus mañas para colarse de paso en este texto, casi se nos olvida hacer mención del Carnaval de Riosucio dentro del inventario. Pero es que el Carnaval da (y ha dado) para varios tomos.

Todo esto es Riosucio, el pueblo de Tomás (Rómulo Cuesta) y de Historias del viento en la cordillera (Ariel Escobar Llanos); de Los místeres de las minas (Álvaro Gartner) y de El Carnaval de Riosucio, estructura y raíces (Julián Bueno Rodríguez); de Dos plazas y una nación (Nancy Appelbaum) y de Ocupación, poblamiento y territorialidades en la Vega de Supía (Luis Fernando González); de Manos ineptas (Carlos Héctor Trejos) y de Apología de los dragones (Conrado Alzate Valencia); de El libro de Tobías (Tobías Díaz) y de Historia de mi pueblo el Resguardo Indígena de San Lorenzo (Silvio Tapasco Aricapa); así como de los ciento treinta y cuatro libros de don Otto Morales Benítez.

Tantas cualidades, ventajas y aspectos interesantes ofrece esta ciudad, que pocas otras las reúnen. Una ciudad para visitar, para temperar y para vivir en ella, en cualquier época del año.

Luis Javier Caicedo

Riosucio, redactado entre julio de 2002 y diciembre de 2012

NOTA: Las fotografías que acompañan este artículo son del archivo de FOTO SENSACIÓN (Calle del Comercio), salvo la de la familia numerosa, que es de FOTO ARTE (Plaza de la Candelaria)

VIÑETAS DE RIOSUCIO

Cerros Sinifaná, Lomagrande y Carbunco en el Resguardo Indígena de Cañamomo Lomaprieta, vistos desde Bonafont

Poblado de Bonafont, al pie del cerro Picará, en el Resguardo Indígena Escopetera Pirza

 

Casco urbano. Templos de San Sebastián (a la izquierda) y Nuestra Señora Candelaria (al fondo), vistos desde el Plan del Cerro

“La 72”, célebre calle de diversión en la época dorada del auge minero, a comienzos del siglo XX. Se llega a ella por la Calle de las Carnicerías.

 

Hotel Palacio en la Calle del Comercio

Vacalocas para la Fiesta de La Candelaria

 

Plazuela de los camperos que sirven a la zona rural

 

Integrante de la Banda de Música de San Lorenzo

 

Trabajadores bajando por la Calle de los Aguacates

Placa que recuerda el paso de Jorge Isaacs por Riosucio a finales del siglo XIX

 

Inventario arqueológico. Cabildo de San Lorenzo

Amanecer en la Plaza de La Candelaria

Fotos: Luis Javier Caicedo