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DESMEMORIA E IZQUIERDA EN LA CELEBRACIÓN SALVADOREÑA
Artículo de: David Escobar Galindo
Nuestro Bicentenario más cercano
Aquella voz que se alzó el 5 de noviembre de 1811 es nuestra voz, la de hoy y la siempre, la de la salvadoreñidad que, sobre cualquier fatuo nacionalismo, nos habla desde el fondo del ser.
Escrito por David Escobar Galindo
Sábado, 26 septiembre 2009 00:00
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Columnista de LA PRENSA GRÁFICA
Tomado de: http://www.laprensagrafica.com/opinion/editorial/62067--nuestro-bicentenario-mas-cercano.html
Los salvadoreños hemos sido expertos en desmemoria, desde que tenemos memoria. Y, sobre todo, en la desmemoria referente a lo positivo de nuestra experiencia en el tiempo. Es como si hubiera una oscura tendencia a la desvalorización de lo propio. Y esto ha venido siendo más notorio en los decenios recientes, a la luz de un crecido brote de demolición de símbolos, que la izquierda demonizada por el sistema esgrimió antes de su insurrección armada; y en ese orden, uno de los muchos efectos positivos de la solución política de la guerra consiste, precisamente, en el cambio de temperamento de la izquierda nacional, que desde 1992 tiene el reconocimiento debido, y, por consiguiente, es parte viva del sistema político y ya no tiene que demoler para hacerse sentir. Más aún en esta nueva fase del proceso democrático nacional, en la que la izquierda políticamente organizada es responsable de la conducción nacional. Dicha conducción, sin importar cuál sea el color ideológico de la fuerza conductora, debe regirse por el sentimiento y el sentido de nación.
No es casual, pues, que la memoria de lo propio —histórica o personalizada— esté en auge por primera vez entre nosotros. Esta es una tendencia de altísimo valor demostrativo de lo real tal como se nos va presentando en la inagotable cotidianidad, lo cual es un signo y un síntoma a los que aún no se les presta la atención que merecen. No podemos volver al estilo de recuerdo histórico que se vivió en el país hace cincuenta años o más: entonces había recordatorios, pero más formales que sustanciales. En aquellos tiempos, por ejemplo, celebraciones como el Día del Maestro, el 15 de septiembre y el 5 de noviembre tenían lucimiento, pero de una manera más ritual que comprensiva. Eso era mejor que el olvido, desde luego, que es lo que vino prevaleciendo en tiempos más recientes, de los años sesenta en adelante. Era como si olvidar lo propio fuera el comienzo de la demolición del sistema imperante. Del 16 de enero de 1992 hacia acá, sin embargo, se ha abierto —imperceptiblemente para muchos— un nuevo rumbo para llegar a la percepción del fenómeno vivo en el país, y es lo que hoy nos va reconciliando con la memoria.
Pero esta reconciliación progresiva, que ojalá se vuelva de veras una constante histórica, debe ir siendo jalonada con hechos concretos. Y ahora mismo tenemos uno que podría servir de ejemplo ilustrativo y valedor. La conmemoración del 5 de noviembre, Día del Primer Grito de Independencia de Centroamérica, que tuvo lugar en San Salvador en 1811, ha venido cayendo en el más franco y despojado olvido. Cuando yo era niño, había un gran desfile escolar en esa fecha, entre otras celebraciones. Y es el caso que ese Primer Grito, que fue un movimiento iniciador netamente salvadoreño con irradiación regional, es acción emblemática de nuestro espíritu libertario. Tal fecha debería ser, en el plano del simbolismo de la identidad propia, tanto o más recordada que el mismo 15 de septiembre, cuando se definió política y administrativamente la independencia del Istmo centroamericano.
Lo más significativo para nosotros de lo ocurrido el 5 de noviembre de 1811, cuando un grupo de patriotas lanzó por primera vez en Centroamérica la proclama de la independencia política, fue la expresión del espíritu salvadoreño, puesto a la luz con elocuencia muy pocas veces repetida con intensidad y nitidez comparables. Lo importante, pues, no es lo anecdótico, que tanto se resalta en los libros de historia, aunque desde luego las anécdotas, como las parábolas, son altamente útiles para prender el sentido de los sucesos en el ánimo general; lo que más importa, por lo que tiene de más revelador, es la función expresiva de los hechos. Es la esencia de los propósitos, la energía motora de las acciones, la revelación del temperamento de un conglomerado nacional, el soplo vital que mueve conciencias, voluntades y aspiraciones.
Desde hace tiempos, no se habla en el país de “espíritu nacional” y menos de “alma nacional”. Existen, por supuesto, aunque la hojarasca levantisca de las contingencias que nos han venido envolviendo en los decenios anteriores, sobre todo desde los años cincuenta del pasado siglo en adelante, nos haya distanciado cada vez más de la percepción sustantiva de lo propio. Esto no ha sido casual. El error político tozudamente acumulado erosionó las estructuras básicas del ser nacional y, después del inevitado megasismo de la guerra, toca —entre otras tareas vitales de reconstrucción— levantar las edificaciones de la conciencia compartida, en otra atmósfera política y en otro clima emocional. Es hora de reconocer —en forma crítica, pero no por eso menos entrañable— nuestros méritos y logros históricos, algunos de los cuales son de extraordinario poder irradiador, y ya no sólo gastar energías en la autoflagelación obsesiva.
EL Bicentenario del Primer Grito de Independencia se cumplirá el 5 de noviembre de 2011. Más allá de cualquier discusión en el plano de la especialidad histórica, hay aquí un acto representativo de ese “espíritu nacional” que nos caracteriza, por encima de toda diferencia. Ese espíritu forjado en las limitaciones y en las adversidades, pulido por las sucesivas pruebas de supervivencia, bruñido por el anhelo de superación, que está en la raíz del estoicismo y la creatividad. Esta es una excelente oportunidad para vitalizar la memoria, no como estanque del pasado sino como surtidor del futuro. En el plano oficial, ya hay un brote de proyectos conmemorativos, y también los hay en entidades y centros académicos. Todo debería confluir hacia una conmemoración que no sea de una fecha ni de un episodio, sino del espíritu nacional puesto en clave de vida actual y por venir.
Cuando decimos “nuestro Bicentenario más cercano” no lo hacemos sólo en función cronológica, sino sobre todo en lo tocante a la significación simbólica. Aquella voz que se alzó el 5 de noviembre de 1811 es nuestra voz, la de hoy y la de siempre, la de la salvadoreñidad que, sobre cualquier fatuo nacionalismo, nos habla desde el fondo del ser.
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