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BICENTENARIO DE LA EXPEDICIÓN DE LA VACUNA

 COMO ANTECEDENTE DE LA INDEPENDENCIA

 

La historiadora Socorro Inés Restrepo Restrepo, secretaria de la Academia Antioqueña de Historia, incluye dentro de los factores propiciatorios de la revolución de independencia, la Expedición Botánica, la traducción de los Derechos del Hombre, del grito libertario de Quito en 1809, etc., y además la Expedición de la Viruela. (“El 20 de julio de 1810 en la formación de nuestra nacionalidad”, en Repertorio Histórico de la Academia Antioqueña de Historia, Medellín, año 100, núm. 8, jul-sep 2005, pág. 88).

 

De tal expedición no nos hablaron en la escuela y el colegio. ¿En qué consistió? ¿Por qué figura dentro de los antecedentes de la independencia?

 

No sólo encontramos que fue una campaña continental ordenada en 1803 por el rey Carlos IV de vacunación contra la viruela (ese flagelo traído por los españoles y que mató millones de indígenas en las tierras invadidas, perdón, “descubiertas”), sino que en 2003 se conmemoró solemnemente su Bicentenario. ¡Y en esta página que pensábamos que el Bicentenario había comenzado con el desembarco de Miranda en Venezuela en 2006!

 

Y para mayor sorpresa encontramos que la idea de realizar dicha expedición surgió de una consulta realizada por el Ayuntamiento de Santafé de Bogotá al rey en 1802. Curiosamente, la expedición llegó a Venezuela pero no vino a la Nueva Granada.

 

 

Una completa relación de lo que fue la Expedición de la Vacuna la trae la página de la Fundación Francisco Javier Balmis, médico que estuvo al frente de esta importante empresa sanitaria (http://www.balmis.org/exp_vac.htm), de donde sólo extraemos un pequeño párrafo, relativo a la Nueva Granada:

 

“Mientras tanto, las epidemias de viruela seguían afectando a las colonias.
En 1802, se produce un nuevo brote en Santa Fé, Bogotá, que dio lugar a una seria discusión entre el Ayuntamiento de esta ciudad y el Virrey de Nueva Granada, puesto que éste último había dispuesto para combatir la plaga, de fondos destinados para otros fines.


Ante esta situación, el ayuntamiento de Bogotá acudió al rey de España,
Carlos IV, quien el 25 de diciembre de 1802 consultó la opinión del Consejo de Indias sobre la actitud del virrey y preguntó acerca de la posibilidad de enviar una expedición para difundir la vacuna por América”.

 

Incluimos a continuación alguna información acerca de la conmemoración del Bicentenario de esta expedición científica, tomada de la presentación y el prólogo al libro La Real Expedición Filantrópica de la Vacuna, de Susana Ramírez, Luis Valenciano, Rafael Nájera y Luis Enjuanes (editores), publicado por el Consejo Superior de Investigaciones Científicas de España

 

LA REAL EXPEDICIÓN FILANTRÓPICA DE LA VACUNA

 

Tomado de: http://www.cbm.uam.es/sev/WEBVAVI/Real2.htm

Página de la Sociedad Española de Virología.

 

PRESENTACIÓN

 

En 1803 el Rey Carlos IV aprobó el envío de una expedición a los territorios hispanos de Ultramar con el fin de vacunar a la población contra la viruela. En el año 2003 hemos celebrado la conmemoración del Bicentenario de «La Real Expedición Filantrópica de la Vacuna», un hecho histórico importante en el contexto de la ciencia y la cultura nacional e internacional. Esta campaña fue el primer intento de vacunación a nivel de un continente, por lo que supuso una hazaña sin precedentes que dignificó humana y científicamente a los españoles. La empresa, fletar una expedición con el fin específico de difundir la tecnología para vacunar frente a la viruela, siguiendo una meticulosa planificación de las necesidades científicas y logísticas, representó un esfuerzo humano y económico notable.

 

Lamentablemente, este hecho es poco conocido incluso entre los científicos españoles, por lo que consideramos una obligación su difusión tanto a nivel nacional como internacional. Conscientes de la importancia del hecho histórico, propusimos la realización de la conmemoración de este evento a la Sociedad Española de Virología (SEV), que inmediatamente acogió y promovió la iniciativa. Ésta fue presentada a la presidencia del CSIC (Prof. Rolf Tarrach), que rápidamente brindó su apoyo, así como el de la editorial del CSIC, para promover la celebración del bicentenario. Ello llevó a la celebración de una sesión científico-histórica en la sede del CSIC de Madrid en la que se impartió una serie de conferencias que abordaron temas históricos relativos a la expedición, temas directamente relacionados con la introducción de la vacunación frente a la viruela y la polio en España y temas científicos de la máxima actualidad. Estas conferencias fueron impartidas por autoridades de reconocido prestigio internacional, la mayor parte de las cuales eran expertos en la Expedición de Balmis. El libro está estructurado en tres secciones que incluyen las ponencias presentadas y otros trabajos realizados por investigadores en cada uno de los temas.

 

Este libro es, por tanto, la consecuencia de una ilusión. En él están puestos los esfuerzos de un grupo de investigadores en ciencias de la vida y humanidades (Rafael Fernández Muñoz, Susana Ramírez, Eduardo Páez, Catherin Mark, Luis Valenciano y Luis Enjuanes), que se reunió en torno a la figura de Francisco Xavier Balmis y la hazaña de propagar la vacuna contra la viruela por todo el mundo en los inicios del siglo XIX. El trabajo de más de dos años se materializó en una jornada científica que se celebró en la sede central del CSIC el día 4 de diciembre del 2003. El acto académico se hizo coincidir con la conmemoración del bicentenario de la Real Expedición (1803-2003). Deseamos expresar nuestro agradecimiento a las instituciones que apoyaron esta iniciativa: la SEV, el CSIC, la Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales, la Comunidad de Madrid y la Fundación Welcome-España.

Madrid, 22 de octubre de 2004.

 

LUIS ENJUANES y SUSANA RAMÍREZ.

 

 

PRÓLOGO

 

EN EL ANIVERSARIO DE UNA HONROSA EMPRESA

JOSÉ LUIS PESET

Instituto de Historia. CSIC. Madrid

 

La gesta americana fue una hercúlea tarea para la Europa moderna. Grandes cambios acaecieron a ambos lados del océano, pues las promesas del continente hallado eran infinitas. No sólo se exploró América por deseo de poder y riqueza –y por la propagación de la fe católica–, sino que fue escudriñada por ojos de sabios y técnicos. La rapiña española buscaba productos útiles y, sobre todo, enriquecedores, como los frutos de la tierra, tanto minerales (oro y plata), como vegetales (tintes, alimentos, drogas). Pero se procuró también mejorar la enseñanza y la investigación, así como la vida de los criollos. Imprentas, universidades y colegios técnicos, jardines y museos, sociedades y tertulias, fueron promovidos. La medicina progresó, se innovó su enseñanza y su práctica, a través de facultades, protomedicatos y hospitales. Se producen notables adelantos en la navegación, la astronomía y la cartografía, así como en la ingeniería y en la arquitectura. Según muchos autores, como Américo Castro o Pedro Laín Entralgo, los extenuantes esfuerzos imperiales permitieron encontrar el ser de España. Arte y literatura deslumbrantes acompañaron esta hazaña.

 

La consideración científica de América es muy temprana, así por cuenta propia, sabios, clérigos, soldados, oficiales o nobles se interesan por las riquezas halladas. Pero de forma real es Felipe II quien encarga a su medico Francisco Hernández el estudio de la medicina de la Nueva España, que se consideró de interés, tanto por sus drogas como por sus prácticas. A la vez, a través de las relaciones topográficas de López de Velasco se quiso hacer un inventario completo, también por orden del Rey Prudente. En 1618 se recuperan las enseñanzas del libro hipocrático Sobre los aires, aguas y lugares, en el escrito de un médico formado en Alcalá de Henares, que escribe una magnífica topografía médica de México. Se tiene en cuenta el medio en que se habita para valorar la vida humana en salud y enfermedad. El lugar y su clima, el medio cultural, el físico y astronómico se valoran en esta visión global del ser humano. El escrito Sitio, Naturaleza, y Propiedades de la Ciudad de México de Diego de Cisneros –junto a otros muchos de diversos autores– demuestra el interés por la salud y la hygiene americanas.

 

Las nuevas expediciones ilustradas se interesan también por la medicina, en los dos sentidos. Tanto intentan encontrar remedios para los males europeos, como fue el caso de la quina, como desean mejorar la salud de los súbditos americanos. La expedición a la Nueva España encabezada por Sessé y Moziño intervino de forma activa. Renovó la enseñanza de la medicina, con la introducción de la botánica linneana por parte de Vicente Cervantes, con cambios en el protomedicato sobre la actividad professional y en la asistencia hospitalaria mejorando la práctica médica y el estudio clínico de los enfermos. La expedición a Nueva Granada de José Celestino Mutis tuvo semejantes consecuencias, pues activó y modernizó la enseñanza de la ciencia y la medicina desde Bogotá, se preocupó de la asistencia médica, con interesantes propuestas, y consiguió un buen conocimiento de un febrífugo fundamental, como la quina, en el que también se interesó la expedición de Ruiz y Pavón a Perú y Chile.

 

Estas expediciones vivieron el principio de la lucha preventiva contra la viruela, tanto con la inoculación, como con la vacunación. Si bien los escritos hipocráticos permitían tratar algunas enfermedades con principios similares, aunque lo más correcto era atacarlos con los contrarios, la prevención de la viruela era una novedad prodigiosa. Era, además, una enfermedad terrible, que atacaba a todas las clases sociales. La muerte del joven Luis I –y de muchas otras personas, de todos los rangos sociales– sensibilizaba a la población y a sus cuidadores contra esta enfermedad. Además, la Europa del siglo XVIII conocía la desaparición casi completa de la peste bubónica, considerada el mayor azote de la humanidad. Precisamente, la corona Borbón se quiso proteger contra esta enfermedad de forma potente y eficaz. Hasta entonces la lucha contra las epidemias no estaba organizada de forma estable, salvo por la labor de los ayuntamientos. Heredada de la Edad Media, la lucha con la enfermedad era local, desmembrada e improvisada. Cuando la peste asomaba, puertos y ciudades tomaban de forma repetidamente renovada remedios en su contra. Recordemos la vivencia de una de estas pestes, en A Journal of the Plague Year de Daniel Defoe. La Iglesia asumía entonces una responsabilidad de primera importancia, pues tenía personal, hospitales y riquezas que eran necesarios. Los ayuntamientos se protegían contra el mal que venía por los caminos, cerrando sus puertas, contra el que venía del mar, taponando sus puertos.

 

Reinando Felipe V se pone en marcha ante la peste de Marsella una protección estable de la nación. Se crea la Junta Suprema de Sanidad que luchaba contra la enfermedad epidémica, por medio de juntas locales, puestas en pie de forma precipitada cuando las tierras de la Corona estaban amenazadas. Pero como se decía en la época, la Junta estaba formada por letrados, no por profesionales, despertando tan sólo cuando el pavor de la peste llegaba. En 1855 se crea la Dirección General de Sanidad, novedad importante para erigir una sanidad central y estatal, pública y estable, técnica y global. Eran los tiempos en que Europa se asustaba ante la fiebre amarilla y el cólera, ya alejada la peste y logrado un tratamiento preventivo eficaz contra la viruela. Enfermedades rurales, crónicas, derivadas de procesos individuales, culturales, somáticos o ambientales pasan a interesar a la sanidad.

 

Es en este momento, en el fin del Antiguo Régimen, cuando aparece la vacuna antivariólica. Los peligros de la inoculación hacen que los medicos acepten pronto la novedad. Como vimos, por otro lado, las instituciones coloniales y las expediciones científicas habían luchado por la mejora de la medicina americana. Así, uniendo las tres tradiciones, la medicina española colonial, el éxito de las expediciones científicas y la higiene pública recién nacida, se piensa en poner en marcha la expedición de la vacuna. Johann Peter Frank había puesto en evidencia, poco antes, que la salud de los vasallos era necesaria para la población y la riqueza de las naciones, siendo deber y ventaja de los poderes absolutos mejorar las condiciones de vida en sus territorios. Era una ventaja y un deber, pues fomentaba riqueza, trabajo, salud y bienestar.

 

A estas tres, se une una cuarta herencia, la de la medicina militar de gran calidad que la dinastía Borbón había impuesto. Una medicina castrense, en especial cirugía militar, que se había formado en los hospitals y en los ejércitos y que practicaba la observación, la experiencia y las novedades del saber que Feijoo quería para la medicina. A esta tradición pertenece Francisco Javier Balmis, cirujano militar participante en expediciones, que llega al más alto cargo de médico real. Conocía Nueva España y había experimentado fármacos en hospitales, partidario de la vacuna se mostró su entusiasta propagador. Su expedición fue el más honroso acontecimiento de la medicina colonial española. Se asocian en su realización interés por la experiencia nueva, internacionalización de la salud pública y preocupación ilustrada por los vasallos. América y Asia fueron beneficiaries de la hazaña de Balmis y de su subdirector Salvany. Muerto éste, Balmis, tras una última estancia en México, acabó sus días en las más altas dignidades al servicio del rey Fernando VII. A las notas que en el XIX caracterizan a la sanidad, su carácter público, estable y central, en el siglo XX se añade la profesional, técnica, y también rural e internacional, es decir, universal. La salud pública se convierte en especialidad altamente cualificada, mientras la bacteriología, la virología y la inmunología adquieren un extraordinario valor científico, necesario en las tradicionales patologías médica y quirúrgica. Reuniones y comisiones internacionales establecen sistemas supranacionales de defensa.

 

Tras la primer guerra mundial aparece el Comité Internacional de Higiene de la Sociedad de Naciones. Tras la segunda, la OMS encabezará la lucha contra la enfermedad. Se hace por profesionales, con intercambio veloz de sanitarios e información por todo el mundo. La prioridad dedicada a África en muchas instituciones internacionales, como la UNESCO, muestra bien esos nuevos derroteros. Al combate contra la peste, el paludismo y el cólera, la gripe y la viruela, se añaden otras frentes, como la lucha contra el alcoholismo y el tabaquismo, la tuberculosis y la sífilis, la enfermedad mental y la patología laboral. A los accidentes, la patología cardio-circulatoria y el cáncer se une el SIDA como principales miedos. La batalla no se limita ahora a puertos y ciudades, que antes se cerraban ante el miedo al contagio, pues son tenidos en cuenta otros medios naturales y sociales, en especial el campo, la familia y el mundo del trabajo y el del ocio. La enfermedad crónica es considerada ahora tanto o más que la epidémica.

 

Esta sanidad adquiere, pues, un carácter universal, tanto por esta colaboración internacional, como por esa profundización en los problemas internos del país y de la persona. Se atiende ahora a endemias y patologías frecuentes y serias que antes se descuidaban, o quedaban en segundo plano, y que la desaparición de otras enfermedades, la presencia de mejores medios personales, técnicos y económicos, y las reivindicaciones profesionales y ciudadanas ponen de relieve. Por tanto, el estado y los organismos supranacionales han adquirido un papel decisivo en la salud pública, como se pretendió desde las primeras medidas centralizadoras, muchas veces sin embargo en exceso burocráticas o jerárquicas, caracteres que tan sólo en las últimas décadas parecen aliviarse con la creciente participación ciudadana y comunitaria. La medicina, con grandes logros curativos, consigue adquirir un moderno carácter preventivo y profiláctico. Al calor de ese doble incentivo internacional y personal, resurge la higiene privada, que desde muy antiguo se preocupaba de los problemas del individuo con la naturaleza y la sociedad, con la costumbre y la ley, la pasión y la moda. Se quiere conformar el estilo de vida, por medio de la culpa o la persuasión, la propaganda o la imposición, pero es preciso también mejorar los medios de vida. Las medidas sanitarias deben mantener su papel benefactor, acompañadas de una mejora de la calidad de vida, necesaria en este nuevo mundo en que la globalización nos afecta a todos.

 

Si el descubrimiento y la colonización de América supusieron la internacionalización de la enfermedad y de la lucha contra ella en nombre de la benefactora Ilustración, el mundo de hoy debe continuar este ejemplo de generosidad humana, científica y política, que la expedición de la vacuna supuso hace dos siglos.