QUÉ CELEBRAR Y QUÉ INVESTIGAR PARA 2010?

PRIMERAS REFLEXIONES SOBRE EL BICENTENARIO

                                

Por Margarita Garrido Otoya

Directora del Departamento de Historia

de la Universidad de los Andes

 

Texto presentado en el Foro “Bicentenario: ¿Qué celebrar?, llevado a cabo en la Academia Colombiana de Historia el 5 de febrero de 2006 y organizado por la Academia en mención, por la Academia Colombiana de Historiadores y por la Universidad de los Andes.

 

1. ¿QUÉ CELEBRAR EN EL BICENTENARIO DE 1810?

 

Como en celebraciones anteriores con el bicentenario se abren varias posibilidades. Las dos extremas: celebrar una vez más con bombos y platillos la nación que se creó, o repetir la letanía de sus fracasos que empiezan con la supuesta inocuidad de la Independencia. Y ninguna de las dos conduce a la construcción de memoria que necesitamos. En esta ocasión ha surgido de parte del gobierno una propuesta, al menos extraña: no celebrar el bicentenario de 1810 y postergar la celebración para el triunfo militar del 1819 como lo plantea el documento Visión Colombia II Centenario 2019. El argumento de que es entonces cuando cumpliremos dos siglos de vida independiente, sería plausible, sino implicara el desconocimiento de los procesos políticos, sociales y culturales que tuvieron lugar desde la colonia tardía pero especialmente en ese tiempo fuerte de 1810 a 1819 y han tenido un peso específico en los desarrollos posteriores del país. Molesta también la acusación explícita que se hace en ese documento de que “por razones que es difícil precisar los departamentos de ciencia política y de historia de las universidades colombianas, han reemplazado erróneamente la historia política por la historia de la violencia”. Esta aseveración revela en primer término un gran desconocimiento de lo que se hace en los Departamentos de Historia de la Universidades, pues es obvio que no hubo ni siquiera una consulta de los programas de los cursos ni de listados de las monografías de grado de los estudiantes, los cuales que hubieran sido el mejor indicio sobre temas y preocupaciones. No entramos aquí a suponer las razones del desatino pero sería interesante conocerlas.

 

Como ciudadanos y como historiadores no podemos acordar que se deje de lado una ocasión que debe dar lugar a la reflexión serena y amplia sobre la historia y la sociedad, desde muchos puntos de vista. Particularmente, como historiadores, sabemos que la nueva historiografía ha abierto enormes posibilidades a la construcción de  otras memorias (historias antes no contadas, ocultas o excluidas y contradicciones latentes o negadas) y tenemos la obligación de propiciar los debates con la mayor participación posible para su apropiación pública de. Se han hecho nuevas preguntas desde actores y grupos subalternos, desde lugares considerados marginales o subordinados, desde problemas planteados al establecer relaciones entre entidades que no entraban en los relatos oficiales, o lo hacían desde miradas muy sesgadas o desdeñosas. Todo ello nos obliga a un nuevo balance, como el que Javier Ocampo López hizo en 1969, esta vez con el foco precisamente en lo que se ha representado y sobre lo que se ha dejado de representar y sobre nuevos significados y sentidos propuestos.

 

En una palabra, sería un buen momento para reconstruir y resignificar los sentidos de la historia, representar nuevos pasados, y no UNO monolítico ni homogéneo ni lineal ni ascendente ni teleológico ni prestado a los procesos europeos ni regido por el consenso del grupo social dominante ni enfocado en el centro y en el estado como principal sujeto ni periodizado por los hitos oficiales ni ausente de diferencias, divergencias o conflictos que se ocultan a las estadísticas, no narrado como gesta o como romance ni patrimonio de un grupo, de un género y de una región o de unas pocas localidades.

 

Esta búsqueda de significado es muy importante. Quizás muchos de los que estamos aquí, especialmente los de mi edad y algunos de los mayores, podamos estar de acuerdo en la sensación de haber vivido una etapa ya larga de un mundo exhausto, sin UN significado, sin futuro claro. La pregunta que hoy nos congrega es precisamente la del significado: “¿qué celebrar?”. La pregunta no existiría si aquellos sentidos envolventes tuvieran aún vigencia. La pregunta misma implica, en parte, el desencanto, y, en parte, la necesidad urgente de significados.

 

En un repaso a vuelo de pájaro por certezas y utopías de quienes nos antecedieron,  podemos acordar que en el momento en que se proclamó la Independencia, el sentimiento de quienes estuvieron involucrados era, de alguna forma, optimista, fundante, impregnado de una mezcla de Ilustración y de la teleología propia de la historia sagrada, que permitía pensar en un futuro cuyo ideal era la felicidad de los pueblos, una sana y civilizada convivencia que se alcanzaría por medio de la educación, las leyes adecuadas, y el fomento.

 

Durante el siglo XIX, en medio de la tristeza característica de los períodos posrevolucionarios, y de las guerras en que se enfrentaban los que se consideraban bandos de la fe o de la razón, el gran ideal, que entonces se denominaba progreso, campeaba para dar sentido a una historia concebida aún como evolución. Las celebraciones se centraban en el patriotismo, la filantropía y la virtud, cuyos significados variaban y, al final del siglo, estuvieron muy influenciados por el hispanismo dominante.

 

El siglo XX continuó aferrado a ideas que daban sentidos totales, unos lo siguieron nombrando como progreso, otros como desarrollo o como democracia y aún otros, como revolución que traería la justicia y la igualdad. Grandes ideales que permitían pensar el futuro, como uno y de todos.  Todos, de diferentes maneras, compartimos en alguna medida la idea de vivir procesos que tenían UN sentido, UNO. No obstante, el siglo se cerró con la sensación de desencanto de todos estos sentidos, con el silencio, el no proyecto, con el significado de la evolución perdido.

Y hoy estamos frente a la pregunta “¿qué celebrar?”No podemos adoptar, como lo hicieron muchos intelectuales en Europa después de las guerras, una postura de solitarios encerrados en su desencanto y desconectados, buscando UN (OTRO) punto de vista que lo abarcara todo, y le diera UN sentido a todos los procesos históricos. En nuestro caso sería encerrarnos, desconectados y descontentos, en la búsqueda de UN ÚNICO RELATO NACIONAL.

 

Por lo contrario, debemos hacer del bicentenario un acicate para la búsqueda del relato que necesitamos: diverso, democrático, desde varios puntos de vista, desde varias experiencias de grupos, de localidades, con tiempos y ritmos distintos, no sólo los de las estructuras mayores, sino los que nos descubren relaciones de poder en las que se identifican estrategias pero también tácticas, no solo la representación hegemónica sino las formas particulares, ya no de héroes, aunque si de individuos y comunidades con sus voces, preocupaciones  y trayectorias.

 

Ello no implica dejar de preguntarnos por la nación pero sí dejar de  asumirla como marco historiográfico dado, predeterminado, pues ese marco desdibuja todo lo no nacional, lo que lo contradice y lo confronta, lo que no cabe o queda oculto en la sombra desde ese punto de vista. No podemos creer que la nación nació un año y empezó a existir desde entonces, con un territorio aprehendido como nacional, con instituciones apropiadas, con ciudadanos socializados en ellas, compartiendo símbolos, rituales y convenciones, tanto como creencias, sistemas de valores y comportamientos, cuyos significados les fueron comunes. Tampoco podemos pensar que la república y la democracia triunfaron un día, ni tampoco, por lo contrario, que ellas han sido sólo una ficción. Todo ello sería la negación de la historia, de los procesos particulares. Ambas serían ofrendas obsecuentes a las miradas occidentalistas que, al confrontar nuestra historia con el modelo de nación estado moderno, ven sólo desajustes y concluyen que las trayectorias hispanoamericanas han conducido a fracasos. Es el tipo de análisis que señala que, tras la Independencia, las unidades coloniales no permanecieron unidas como las de Norteamérica, los nuevos países no lograron constituciones duraderas ni estabilidad política y, sobre todo no tuvieron un rápido desarrollo económico. En esos análisis el legado colonial es despachado como un lastre. 

 

Joseph Fontana, en El espejo de Europa, señala como las visiones eurocentristas nos roban la historia, sus particularidades, aquellas que Duby señala como lo característico de la Historia..

 

Ha habido avances notorios respecto a esa postura. No puedo hacer aquí el necesario balance. Partiendo de las tendencias señaladas en los artículos sobre historiografía de McFarlane y lynch para América Latina, señalaré los desplazamientos que me parece que han sido más trabajados en nuestro país.

 

. En los 80s numerosos trabajos se centraron en las reformas borbónicas y discutieron seriamente la articulación de las resistencias a ellas con la independencia, enfocando a veces el desapego de los criollos a la corona, a  veces la abierta rebeldía a la dominación española-criolla, y en muchos casos la debilidad o crisis del imperio. La noción de Comunidades Imaginadas de Benedict Anderson alumbró desde la segunda mitad de los 80s muchos trabajos en distintos países de América Latina pues parecía hacer comprensible los sentimientos de identidad y pertenencia de los criollos unidos por paisanajes, parentescos y experiencias. Hoy, esa noción sigue siendo pensada aunque más críticamente (comunidad imaginada, ¿cuál?, ¿de quién?, etc). El interés por las reformas en sí, ha dado paso al debate sobre la concepciones de la política, las formas de sociabilidad y muy recientemente la relación entre la política y la ciencia.

 

. En los tempranos 90s el trabajo de Fracois-Xavier Guerra retomó la reflexión sobre el peso que los eventos externos –desde la invasión napoleónica hasta la Constitución de Cádiz- tuvieron en los procesos por los cuales los criollos pasaron de su fidelidad y defensa de España a la proclamación de la independencia. Esa línea de reflexión que tiene la virtud de matizar el compromiso criollo antes entendido como monolítico y definitivo, ha inspirado muchos trabajos. Hoy su énfasis está en un campo diferente: entender lo que había de política antigua y de moderna en el período colonial tardío y en los primeros años republicanos y cuestionar la asociación borbones-absolutismo-modernidad.

 

. Otro cambio fuerte en estas interpretaciones generales se distancia de la tesis de que las independencias en Hispanoamérica constituyeron una cuestión nacional más no una cuestión social. Trabajos de variada índole y cobertura resaltan las ideas y prácticas que confrontaban las estructuras coloniales -sociales, raciales, políticas, de género, territoriales- antes y después de la Independencia, y cuestionan los discursos que, asumiendo el marco nacional, han ocultado los procesos particulares de las provincias y las localidades, y señalan estrategias, tácticas y prácticas en relaciones de poder complejas.

 

. En uno de los más interesantes desplazamiento historiográficos de los 90s, las preguntas fueron inspiradas en los estudios subalternos, y acompañadas de un interés renovado de los historiadores regionales sobre la Independencia, largamente abandonada. No se ha tratado solamente de la incorporación de nuevos espacios y nociones sino especialmente, de la búsqueda afanosa de las voces, o al menos, de los indicios de  participación de actores antes nombrados de paso o simplemente desdeñados. Quizás se trata del más duro golpe a la memoria oficial.

 

. De igual manera, las preguntas sobre las elites han dado más atención a las sociabilidades y a las redes, a las articulaciones público privado y han renovado la discusión de prácticas y discursos, cruzando la preguntas de la economía y la política con la de la familia, la vida cotidiana, la vida privada, que desde las categorías de género y poder, cruzan la política con el parentesco, los intereses patrimoniales y las representaciones del poder.

 

En general, aunque con valiosas excepciones, las nuevas preguntas que han guiado la investigación no se ocupan del corto período considerado como de independencia sino  que periodizan de acuerdo con las relaciones y problemas que buscan historizar. Podemos decir que el marco más usual en estos trabajos ha sido el de 1750-1850.

 

De una parte, no se asume que los grandes cambios vinieron inmediatamente después de los eventos fundantes, ni fueron logros exclusivos de las elites, y de otra, el período no se ve como lapso en el que no hubo ningún cambio social significativo, sino que se rastrean procesos más largos, complejos y particulares en regiones y localidades. Además se tratan problemas que no se restringen al ámbito de lo tradicionalmente considerado político, sino que se cruzan con comprensiones más complejas de las configuraciones sociales y culturales, muchas de ellas planteadas en el nuevo y polémico campo de la cultura política, con preguntas que buscan articular lo hegemónico, lo representado y el habitus de los distintos grupos. Algunos de ellos se centran en los estados post-independentistas  focalizando las variadas formas cotidianas de formación de estados nacionales.

 

Las historias resultantes no sólo han matizado sino contradicho el relato nacional canónigo en que los actores principales eran los patriotas a quienes se les atribuía una consciencia histórica impresionante, una extraordinaria claridad de ideas y una representatividad incuestionable. Pero también se han distanciado de las explicaciones estructurales, para mirar mucho más de cerca, las formas particulares de dominación y resistencia en configuraciones sociales concretas.

 

Pido disculpas por no ofrecer ahora un recuento de las novedades de la historiografía sobre la independencia en nuestro país, la cual  es tarea urgente pero no el propósito de esta corta reflexión. Lo que he querido mostrar es cómo el debate está vivo y reviste un extraordinario interés. La intención de este texto, ha sido mostrar que la reflexión alrededor del significado  de los procesos que se dieron en lo que hoy es Colombia no puede ser caprichosamente postergada hasta la celebración del triunfo militar de 1819, como lo ha propuesto el gobierno y el documento de Planeación Nacional. Renuncia r a plantear desde ahora la reflexión  significaría convenir con una visión militarista, que opacaría los debates ideológicos, los conflictos sociales, las propuestas de ciudadanía, de ordenamiento del territorio, de gobierno y de la justicia, arrebatando a los colombianos la posibilidad de reflexionar con la serenidad y profundidad debidas sobre sus  historias. En ningún caso se trata de celebrar solamente el 20 de julio, ni de escoger entre 1810 y 1819. El período de la Independencia fue un tiempo fuerte en muchos sentidos, no sólo en el militar.

 

Una nación que se respete a sí misma tiene el derecho y el deber de revisitar constantemente su historia. (Seguimos pensando, como los clásicos, que cada generación tiene nuevas preguntas para la historia y que toda historia se hace desde el presente) y hoy es imperativo propiciar una construcción democrática de la historia, desde muchos puntos de vista, con muchos actores, con diversas vidas materiales, con muchos territorios y tiempos distintos y tratar de entender la forma peculiar en que se articularon. La ocasión que ofrece el 2010 es la de propiciar una apropiación pública del debate, que no se debe quedar entre historiadores, ni en solitarios anaqueles.

 

Para finalizar dando una idea sobre los usos y diversidad de los tiempos y las memorias quiero recordar que en Manuela, Eugenio Diaz cuenta la historia de un amor imposible entre un hombre blanco y una mujer de color, del pueblo, cuyo matrimonio no se puede realizar por la muerte de ella. No sería sino otra historia de amor inter-étnico o interclases como se diría hoy, sino fuera porque la fecha acordada para el matrimonio, es decir para unir lo que estaba separado,  era el 20 de julio. En su investigación sobre Riosucio, Nancy Appelbaun encontró que el mito de su fundación hablaba del acuerdo entre un pueblo de indios y una parroquia de blancos  que se realizó un 7 de agosto de 1819!!. Aunque parece ser que tal evento nunca sucedió, el mito utiliza la fecha de la victoria patriota para solucionar una historia local de desavenencias raciales y políticas. Son sólo dos ejemplos de relatos de ficción que vinculan memorias conflictivas, uno de la literatura y otro de la memoria. Debe haber muchísimos más que desconocemos. Como lo señaló Juan Ignacio Arboleda en su reciente tesis de pregrado en Historia, el bajorrelieve del pedestal de la estatua de Bolívar en la plaza central de Bogotá muestra al libertador dando la libertad a los esclavos. Tampoco corresponde a los hechos, pero imagina un pasado posiblemente deseable y en todo caso demagógico, que incluye al oprimido como diferente por la condescendencia del héroe. 

 

La producción de estas memorias no oficiales, en los siglos XIX y XX nos habla, ante todo, de la necesidad de responder a preguntas sobre lo que pasó con los diferentes grupos en el momento de inventar la nación y los procesos subsiguientes. Nos habla de esperanzas de futuros con mejores arreglos de convivencia, con mayor justicia, y para ello, toman los referentes de 1810 o de 1819 como momentos inaugurales, transformándolos. De los significados que pueden tomar los ideales de libertad, igualdad y concordia proclamados en las celebraciones decimonónicas de la independencia. Usos populares de fechas inaugurales, como estos, deberían bastarnos para reconocer la necesidad de proponer una conmemoración que de lugar a la reflexión sobre la nación que hemos construido, sobre el mito fundacional, y específicamente sobre los proyectos que 1810 iluminó, las expectativas que abrió, las ambigüedades y contradicciones que comportaban. Y quizás podamos contribuir a la reflexión sobre los desarrollos posteriores, lo que se ha podido mejorar, lo que se ha perdido y lo está por construir.

 

Lo que propongo celebrar es la aparición de las nuevas preguntas y propiciar la apropiación de los debates para responder a las  necesidades de comprensión de la pluralidad y diversidad. Las nuevas preguntas han surgido de los campos problemáticos abiertos por la nueva sociología, la nueva antropología, la nueva política y los estudios culturales, lo cuales han sido apropiados en algunos casos con la necesaria crítica por la historiografía y han contribuído a la confrontación del mito fundacional, a su reelaboración. No obstante, es necesario reconocer que preguntas y respuestas sufren de dispersión, de falta de articulación en el análisis, de uso de nuevas fuentes sin contar con la diplomática apropiada, de copia de modelos de otras latitudes con una actitud colonizada. Pero tienen semillas para la construcción de una memoria plural, es decir de una memoria con sentidos diversos, compartidos de distintas formas, de hitos con significados, y resonancias variables, que no deje de lado aspectos básicos de la vida de los pueblos, la vida económica, las sociabilidades y la cultura. Lo que sigamos construyendo por estas vías redundará en el enriquecimiento de los patrimonios simbólicos de los colombianos. La conmemoración del bicentenario debe dar gran impulso al trabajo de historiadores y amplitud a los espacios de comprensión.

 

Las urgencias de memoria a las que me he referido implican que no dejemos que se imponga la propuesta gubernamental de esperar al 2019 para celebrar solamente el triunfo militar. Tampoco abogamos por liturgias patrioteras de las que sacan réditos sólo los intereses políticos coyunturales.

 

LO QUE SIGUE SON SÓLO NOTAS SUELTAS:

 

2. ALGO DE LO NUEVO EN LA HISTORIOGRAFÍA NACIONAL DESDE LA CELEBRACIÓN DE LOS 150 AÑOS DE LAS INDEPENDENCIA?

 

No puedo responder esta pregunta exhaustivamente. Mucho más es lo que dejaré por fuera que lo que incluiré. La respuesta completa debe ser dada pero necesitaría una investigación específica para ella.

 

ACTORES REGIONALES:

Diferencias regionales en general: Brian Hammet

Santander: Armando Martínez

Valle: Germán Colmenares, Francisco Zuluaga, Zamira Díaz: regional, económica, social, demográfica

Caribe: Alfonso Múnera, Aline Helg, Marixa Lasso, Maria Teresa Ripol

Pasto: Rebecca Earle, Tesis Hairo Gutiérrez y futura de Marcela Echeverri

Santander: ¿?

ACTORES Y FORMAS DE SOCIABILIDAD MILITAR

Bibliografía Academia

Clement Thibaut

ACTORES POR GRUPOS:

Ilustrados: Renán, aunque desvinculándolos de Independencia

Abogados: Uribe Urán

Guerrilleros (sólo en el Patía): Zuluaga

Indígenas (sólo en Pasto): Gutiérrez

Curas: Brian Hammet

Científicos criollos: Mauricio Nieto

Vecinos: Margarita Garrido

Autoridades españolas: Rebecca Earle: el fracaso español de defensa del imperio

 

REFORMA E INDEPENDENCIA

Cultivada en los 60s

General y síntesis: Anthony McFarlane

Comuneros: Phelan, Aguilera, Silva

Lance Grahn: comercio y contrabando. Revisión de Adolfo Meisel

 

NUEVOS LENGUAJES Y SIMBOLOGÍA

Hans Joaquin König, George Lommé

 

3. ALGUNOS PROCESOS POR ANALIZAR; PREGUNTAS POR HACER  SOBRE LA INDEPENDENCIA

 

Cambios y continuidades en la esfera pública y la opinión (el lenguaje y la simbología)

Cambios y continuidades en las instituciones, de la jurisdicción territorial

Nuevo análisis de los cambios económicos y fiscales:

Formación de nuevas identidades políticas, especialmente la de ciudadanos (creencias, valores, tanto como intereses y relaciones) y nuevas alteralidades (formas de diferenciación, reconocimiento o desconocimiento)

Formación de nuevas lealtades políticas (cambios y continuidades en mapa: local, regional, “nacional”).

Y en mapa social: especialmente distancias entre elites y otros grupos de población, persistencia de los sentimientos de sumisión.

Ampliar y profundizar los análisis de relaciones entre centro y distintas instancias regionales y locales.

Proyectos políticos nacional y de otras jurisdicciones (análisis de la adecuación de los proyectos de la elite con respecto a las creencias y costumbres de distintas comunidades y grupos de población).

Nociones de soberanía, territorio, autonomía, lealtad, dependencia, obediencia.

Cambios y continuidades en los discursos de la iglesia, en los de los funcionarios, en los de los propietarios, en los de los que reclaman.

Cambios en la concepción de lo público y lo privado.

Formación de nuevas sociabilidades (¿tradicionales o modernas?)

Formulación de lo nacional y lo democrático (¿ficciones?)

Construcción de legitimidad para los nuevos poderes; pedagogías.

Formas de recepción asimilación o resistencia al nuevo orden propuesto (Repensar qué ganaban y qué perdían los distintos grupos; o qué creían /sentían al respecto)

Formas de la política antigua y la moderna (representaciones, dispositivos, formas de autoridad y obediencia)

Revisión del absolutismo: reevaluación de lo tradicional y lo moderno en lo Borbón y en la independencia.

Cambios y continuidades en las costumbres, la familia, las relaciones de género, la vida cotidiana.

Cambios y continuidades en las relaciones entre las gentes de diversos colores, el los patrones de valoración.

Procesos de enfermedad y de tratamiento en la guerra

Comparaciones con otras colonias, comparaciones entre regiones y localidades, entre grupos…

 

FALTA MUCHA HISTORIOGRAFÍA REGIONAL, MICROHISTORIA, E HISTORIA DE RELACIONES DE PODER EN ÁMBITOS DIFERENTES AL EXCLUSIVAMENTE POLÍTICO (ECONOMÍA, E INFRAESTRUCTURA, FAMILIA, GÉNERO, COSTUMBRES, AFECTOS, SALUD,  EDUCACIÓN, PRENSA…)

 

ACTORES POR VISIBILIZAR: mujeres, campesinos, grupos “étnicos”, grupos en situación de esclavitud y vasallaje, otras profesiones (médicos, artesanos, terratenientes, mineros y comerciantes) y renovar (nuevas preguntas, regiones, relaciones) análisis de familias y parentelas, clientelas, guerrilleros, masones, alto y bajo clero, países, agentes y viajeros extranjeros.

 

Cuadro de texto: 

 

 

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