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ANTIOQUIA FUE FUNDADA ENTRE LAS VEREDAS LA FRAGUA (BURITICÁ) Y SANTA ÁGUEDA (PEQUE) Tomado del libro “Fundación de Antioquia (Peque, 1541) y de San Lorenzo de Aburrá (1616)”, de Luis Javier Caicedo, inédito.
Los dos artículos adjuntos hacen una nueva lectura de la conquista de Antioquia, para decir lo que los historiadores saben pero los antioqueños ignoramos, que la ciudad-provincia de Antioquia se fundó entre Buriticá y Peque en 1541. El proceso fundacional, en toda su tragedia y grandeza, se vivió a 1.800 metros de altura en las cordilleras que existen entre Buriticá y Peque, en los meses de invierno de octubre y noviembre de 1541. Los indígenas Currumes, Hevéjicos, Ituangos y Peques se opusieron rotundamente a los invasores españoles, porque dos años antes otros cristianos habían pasado y quemado vivo al cacique Nutibara. Las tropas españolas, 79 soldados, más un numeroso séquito de negros e indios de servicio, plantan el real o campamento militar en Currume (hoy vereda La Fragua, municipio de Buriticá) y desde allí Jorge Robledo despliega su fuerza militar, buscando el sometimiento de los pueblos originarios. Aún sin conseguirlo, funda Antioquia en el primer valle de Hevéjico (hoy vereda Santa Águeda, municipio de Peque), y prosigue las batallas. Cuando consigue doblegarlos, manda hacer una procesión desde la ciudad hasta la laguna y la loma donde semanas antes había colocado una cruz. Esta historia no hace parte de nuestro imaginario como antioqueños. Ni siquiera está contemplada en el Pan de Desarrollo Departamental 2020-2023, que plantea una "Agenda Antioquia 2040".
Antioquia fue fundada en el valle de Ebéjico (hoy jurisdicción de Peque), en medio de muchas batallas con los indígenas que no querían que se estableciesen allí los recién llegados, y menos cuando sabían lo que había ocurrido en Guaca, Nori y Buriticá, donde, llamados de paz por los españoles, quemaron vivos a los caciques Nutibara y Tatepe.
Aquí se hace el relato de esta jornada de la orilla derecha del río Cauca, el paso del río por el ejército español para la margen izquierda, la toma de la provincia de Currume en lo alto de la montaña, que sirve de centro de operaciones para la dominación de la provincia de Hevejico, donde se funda la ciudad de Antioquia. Para ello se sigue la crónica de Juan Bautista Sardela, que textual se copia en el anexo.
Luego de dejar el valle de Aburrá el 25 de agosto de 1541, Robledo llegó a la tierra Tahamí, a la margen derecha del río Cauca. Allí el cacique le dijo que más adelante, bajando el río, iban a encontrar un pueblo grande y rico, que él les prestaba un guía para que los acompañara. El capitán Vallejo fue enviado por Robledo, con el guía que le había proporcionado el cacique de Tahamí, a que fuera con cuarenta hombres por el camino que él les indicó hacia este pueblo. Subieron a una montaña tan alta que se murieron de frío varios indios de servicio. Luego llegaron a un cañón en cuya profundidad bramaba un río, el cual tenía un puente hecho la mitad con un tronco de una ceiba y la otra mitad con bejucos. Como no lo podían pasar con caballos, optaron por dejarlos y seguir a pie. Siguieron veinte españoles al otro lado del río, y al poco tiempo encontraron una vuelta del mismo río, con otro puente de bejucos. Pasado este, hallaron unas faldas de sabana, divisando al fondo algunos bohíos. Pero ya era tarde, caminaron de noche y a la madrugada atacaron los bohíos, cogiendo a varios indígenas. Cuando salió el sol, subiendo a una loma vieron una gran población y multitud de indios que venían sobre ellos, alertados por la gente que había escapado de los bohíos. Viéndose rodeados por los indios, soltaron a los que tenían retenidos y a otros los mataron, devolviéndose en el acto para el puente de bejucos que habían dejado atrás. Lograron pasar trece soldados, uno por uno por ser de bejucos el puente, y dejaron una celada de siete hombres en un arcabuco, antes que llegara un gran grupo de indios a cortar el puente. Solo logró pasar uno, y a uno de ellos los indios lo hicieron caer haciendo vaivenes en el puente. Los trece restantes llegaron donde estaban los caballos, comieron de dos caballos que se habían despeñado y pidieron ayuda. Robledo les envió unos negros para cargar los enfermos. Solo sobrevivió un español, escondido en una piedra mientras los indios sacudían al español que estaba en el puente, que llegó al campamento cuando estaban rezando misas por los muertos. El capitán Vallejo le informó al capitán Robledo lo que había sucedido, indicando cómo era aquella tierra que les habían indicado desde Aburrá, y que no tenía entrada. Hubo un intento de motín, que fue pronto conjurado por el capitán. Robledo envió entonces a otro capitán, Álvaro de Mendoza, con veinte hombres, a buscar otra entrada, pero andando quince días no la hallaron. En cambio, desde un alto cerro, al otro lado del río, cuatro o seis leguas de la tierra adentro, vieron “muy grandes rocas y sementeras de maíces y muchos humos”. Cuando regresaron e informaron de lo visto a Robledo, éste sin dudarlo se decidió por pasar el río e ir a dichas sementeras, que presagiaban a grandes cultivadores, aunque hubo oposición a hacer esta entrada, pues había setenta y nueve hombres en unas circunstancias en que se necesitaban cuatrocientos. Todo el ejército pasó el río Cauca en ocho días. Soldados, indígenas de servicio, negros de carga, caballos, ropa, fueron pasados por solo doce soldados que eran nadadores. Como aguas abajo descabezaban todas las sierras en el río, es decir, el cañón era impenetrable, se les dificultó la subida unos días, hasta encontrar un camino que loma arriba los llevó a la provincia de Currume, ubicada en una loma muy amplia al lado de una cordillera.
Ante la invasión de los españoles, los indígenas de Currume les cerraron algunos pasos y los esperaron con galgas (piedras sueltas) en el camino. Entonces Robledo envió algunos hombres y caballos a tomar las lomas por detrás, y así lo hicieron, sorprendiendo a los indios que desalojaron el sitio, y así entró todo el ejército en la población. “Y el Capitán se aposentó en unos aposentos grandes, que eran del cacique, y todos los demás en otros aposentos que había a la redonda”. Estableció el real. Robledo envió a varios yanaconas (indígenas al servicio de los españoles), a que fueran por comida, y los mataron. Los indios sitiaron a los españoles, diciéndoles que se fueran que no los querían allí. Robledo los llamaba de paz, y ellos no iban. Entonces Robledo envió al capitán Vallejo y a Juan de Frades con gente de a pie para que los tomaran por asalto, y así capturaron a mucha gente, “algunos principales entre ella”, y los llevaron a la presencia del capitán, quien les leyó el requerimiento de que debían ser súbditos de Su Majestad y conocer la fe católica, y que no venía a matarlos ni a quitarles sus cosas, sino a ser su amigo. Se enteró como más allá se encontraban muchas tribus, algunas enemigas de ellos. Robledo les prometió aliarse con ellos para combatir a los enemigos, pero que si no lo hacían les haría la guerra a ellos también, y los dejó ir, para que llevaran el mensaje a los demás jefes. Al cabo de ciertos días que no había vuelto, envió en su búsqueda al capitán Vallejo y Alonso de Villacreces, quienes asaltaron un pueblo y fueron tomados muchos indios. Los indios presos dijeron que el cacique era gran señor y no quería nada con los cristianos, a lo que Robledo los volvió a enviar, con un leve maltrato, y vinieron entonces algunos indígenas con un poco de comida.
El capitán, para atender el reclamo de sus hombres y como después del de Dios era el servicio a los caballos, tan necesarios para la conquista de la tierra, mandó improvisar una fragua, de materiales insospechados (juntó muchos borceguíes, que unió unos a otros) y puso a hacer los clavos a Bartolomé Hernández. Herrados los caballos salió Robledo con cuarenta hombres, de a pie y de a caballo, para ver lo que había adelante, dejando al capitán Álvaro de Mendoza a cargo del real. A los dos días llegó a la provincia de Hevejico, donde los indígenas estaban en rebeldía ubicados en las lomas. Robledo los llamó de paz, y vino un mensajero, temeroso, para invitar a Robledo a que fuera a ver al cacique, y era de noche. Al amanecer Robledo fue a ver al cacique quien le envió mensajeros de paz, con comida. Los españoles siguieron entrando por un valle muy poblado, donde en las lomas había seis mil indígenas de guerra, que gritaban y tocaban tambores. Robledo los llamaba de paz, y algunos indígenas venían a hacerles visajes, acercándose y alejándose del grupo. A lo que Robledo respondió enviándoles a Pedro de Barrios, de a caballo y llevado un perro de la traílla para que los espantase. Los indígenas se espantaron al ver al caballo con un hombre encima, pero una peña de dos estados de alto detuvo al jinete, ante lo cual cuatro jóvenes guerreros aprovecharon para hacerle burla, encima de la peña. El español soltó entonces al perro que se abalanzó sobre los jóvenes, despedazando a uno de ellos. Robledo, viendo que no le hacían caso y que lo invitaban a seguir a una trampa, acampó en el lugar, que era un llano con una laguna, y subió a la loma a llamarlos de paz. Se arrimaron treinta de ellos, les tentaban las barbas a los españoles y esquivaban a los caballos. Luego de esto bajo al campamento. Al otro día aparecieron muchos indígenas, en escuadra, por las lomas. Mandó el capitán a Pedro de Matamoros a ver si podía coger algunos indígenas, a los que este efectivamente capturó. Robledo dejó algunos para el servicio y soltó al resto. Mandó poner una cruz en la loma, y así se hizo.
Al otro día pasó la loma y entró a otro valle donde había gran población. Las casas habían sido desocupadas, y solo quedaba en ellos maíz y fríjoles. Robledo quiso pasar la montaña, pero no podía, porque el piso era falso, las raíces de los árboles formaban una intrincada red que lo hacía hueco por dentro, y por tanto lo imposibilitaba para el paso de caballos. A este lugar llegaron algunos indígenas “le preguntaron que qué era la lo que quería y buscaba en aquella tierra, que nos fuésemos de ella. El cual les dijo: que él venía en nombre de Su Majestad, cuya era aquella tierra, y a vivir en ella para siempre, porque había de poblar una ciudad. Y le respondieron: ¿Qué si habíamos nosotros hecho aquellos bohíos y plantado aquellos árboles, para que fuese del Rey, que les decía, aquella tierra? Que supiese, que si no queríamos ir de ella, que nos habían de comer a todos”. Y Robledo retrocedió, diciéndoles que si no venían de paz que les haría la guerra, y que volviesen a poner la cruz donde él la había dejado, de lo contrario los mataría a todos. A la mañana siguiente, apareció puesta la cruz y el paso franco por la loma, ante lo cual regresaron los españoles a Currume, donde estaba el real. Habían pasado veinte días desde que Robledo había salido. Álvaro de Mendoza seguía a cargo en el pueblo de indios, manteniendo siempre la guardia. En los días siguientes, los indígenas no dejaron de hostigar el real, donde habían quedado veintisiete españoles. Una noche quisieron los indios prenderle fuego, pero fueron sentidos por los españoles, quienes hicieron escaramuzas con los caballos con sus pretales de cascabeles, y los indios se fueron. En este tiempo faltó la comida en el real, y Álvaro de Mendoza envió a una comisión al río Cauca a buscarla. En el camino tuvieron un encuentro con indígenas, pero estos quedaron espantados con la ballesta, que les causó tanto asombro que cuando la disparaban iban varios tras la saeta para ver qué era lo que tiraban. En esta salida se despeñó un español, porque el terreno era muy pelado y resbaladizo, y cayó tan hondo que apenas si vieron donde murió.
En Currume, Robledo tomó cincuenta hombres, de a pie y de a caballo, para pasar la montaña que estaba encima del real. Por el lado de la montaña de Currume, Robledo fue a la provincia de Penco, donde los indios no se opusieron a su paso, viendo lo que les ocurrió a los de Currume. Pasó a las provincias de Parruto y Guarami, que fueron abandonadas. De aquí Robledo pasó a la cordillera de montaña de piso falso que antes les había impedido el paso. Lo hizo por un “camino nunca hecho”, por lo que tuvieron que hacer camino a mano durante ocho leguas, para que pasaran los caballos, aunque no dejó de despeñarse alguno. “Y así salieron al segundo valle de la provincia de Hevejico”, donde tuvieron otro encuentro con los naturales. Esa noche Robledo envió al capitán Vallejo y a Antonio Pimental a que les tomaran por asalto, lo cual hicieron en la madrugada, resultando muchos indígenas muertos y un español herido. Hecho esto, se regresaron para Currume. Pero antes de pasar, los indígenas los esperaban en la loma de la cruz, en número de veinte mil (antes había escrito que seis mil) cerrándoles el camino que antes habían abierto a azadones para los caballos. Robledo se detuvo tres días allí, para ver la intención de los indígenas. Al segundo día los indígenas atacaron a la tropa española por varios lados, a lo cual respondieron los españoles. Como resultado, se retuvieron varios gandules, “de los cuales se hizo justicia”. Un cacique principal les reclamó de nuevo que qué hacían ahí, que por qué no se iban, a lo que Robledo les contestó que se iba quedar y que los iba a matar porque solo querían guerra. Al cabo de un tiempo, Robledo envió el grueso de la tropa por una parte a hacer otro camino, mientras él subió sin ser visto a una loma donde estaban los indígenas, espantándose éstos, porque pensaron que iban todos los españoles, y solo eran doce. “Lo cual Nuestro Señor es servido, porque si les diese lugar a defensa alguna, toda España no sería bastante a su conquista”. Así se pudo tomar esta loma, y todos los hombres pasaron hasta la entrada a la provincia de Hevéjico, desde donde Robledo envió mensajeros a Currume para que vinieran todos con el real para el sitio donde él estaba, “para que allí se acordase lo que se debiese hacer”.
Así se vinieron los hombres al valle de Hevejico, en lo que demoraron tres días. En el camino se les despeñó el mejor de los caballos. Estando reunidos todos en el lugar, les propuso Robledo que debían fundar una ciudad allí, pues viendo los indígenas que se ponía por obra lo que prometían y levantaban viviendas y cultivos, se les cortaban las alas y podían venir más fácilmente al “verdadero conocimiento”. Luego el capitán envió al alférez Jerónimo Luis Tejelo a que fuera a buscar el bastimento que encontrara antes que los indígenas lo escondieran. Estando en esta labor, se encontró con un grupo de seis mil indígenas que venían de Ituango, a favor de los Hevejicos, que decían “que cómo no nos habían muerto a todos y echádonos de la tierra, que no eran para nada; y que pues ellos no habían sido [capaces], que ellos venían a hacerlo”. Álvaro de Mendoza apareció de pronto a caballo y viendo lo que pasaba se armó y junto con Tejelo y Martín de Voanegra atacó a los Ituangos, pese a que los caballos no tenían un llano suficiente, se alcanzó a llevar con la lanza a más de veinte indígenas. Los Ituangos se desbarataron loma abajo, sin poder cumplir la palabra dada a los Hevejicos. Cuando se hubo recogido suficiente comida, el capitán ordenó no coger más, para no quitársela a los naturales. “Y luego el Capitán, a 25 de noviembre de 1541 años, en nombre de Su Majestad y del gobernador Belalcázar, fundó una ciudad, que la intituló Antiochia; y nombró por alcalde ordinarios al capitán Mendoza y a Diego de Mendoza, y por regidores al capitán Vallejo y a Juan de Yuste y Francisco de Avendaño y a Francisco Pérez Zambrana, y otras personas honradas; los cuales todos hicieron la solemnidad que se requiere”, y así mismo repartió solares, tierras y estancias a los vecinos pobladores.
Fundada la ciudad, los indígenas continuaron hostigándola, hasta que Robledo, previendo un ataque, envió un grupo de cuarenta hombres de a pie, al mando de capitán Vallejo, al pueblo que los españoles llamaron de Las Guamas, al otro lado de la loma de la Cruz. La abultada cuadrilla salió al anochecer, en un torrencial aguacero de finales de noviembre, hasta cerca del pueblo, donde fueron sentidos por dos espías indígenas, quienes corrieron a dar la alarma. Los españoles apretaron el paso, hasta llegar al pueblo casi al tiempo que los espías. Faltaban dos horas para el amanecer. Los indios, para defenderse, salieron de las casas con hachos de paja encendidos, lo que facilitaba su ubicación. Mientras, hacían que las mujeres y los muchachos se escondiesen, cargando lo que podían. Indígenas y españoles chocaron como leones en una sangrienta guasábara donde perdieron la vida muchos indígenas, entre ellos el cacique Zuzaburruco. Al amanecer los indígenas dejaron el campo, y los españoles entraron en el pueblo, saqueando mucho oro y ropa de algodón, y capturando muchos indios. Ya de día, los indígenas regresaron, cogiendo a los españoles cansados y les lanzaron desde lo alto muchas galgas (piedras) y hondas, que descabezaron a algunos españoles. En la carrera, los españoles pasaron un río que antes lo pasaron despacio a medio nado, pero ahora lo cruzaron como si no hubiera río. Al otro lado del río los recibió Robledo, que con ciertos españoles los estaba esperando. Robledo les preguntó a los indígenas que llevaban presos que porqué los recibían de guerra, siendo que él los llamaba de paz. “Respondiéronles, que ellos paz querían, pero que tenían noticia que otros hombres como nosotros habían pasado por unas provincias de Nori y Buriticá y Guaca, que están de aquellas provincias a treinta y cuatro leguas, que había muerto todos los indios y señores de ellas, habiéndoles salido de paz; y que ellos tenían temor no se les hiciese lo mismo”. Reconoció Robledo que habían sido Juan Vadillo y Juan Graciano, los aludidos. Por las victorias ganadas, Robledo hizo procesión en Acción de Gracias (la primera o la única que se menciona en la expedición) e hizo oficiar misa en la loma de la cruz, el día de Nuestra Señora de la O, o de la Virgen de la Esperanza, 18 de diciembre, considerando un milagro que la cruz se mantuviera, pues era costumbre de los indios destruir todo lo que significara España y aun quemar los ranchos ocupados por ellos. Hecho esto, mandó a Antonio Pimental con treinta y tantos hombres para que pacificara al pueblo de Peque, vecino del de Hevejico, que no había querido entrar de paz. Llegaron sin ser sentidos, y cuando estuvieron dentro se armó un combate que dejó varios indígenas muertos y algunos españoles heridos, donde fue factor importante el perro llamado Turco, al que los indígenas le cogieron miedo porque en un momento despedazó seis o siete de ellos. Los perros fueron una gran arma de los españoles, cuando entraban sin caballos por los caminos agrestes, y los indígenas les temían tanto que cuando iban a la ciudad, avisaban desde lejos para que amarrasen los perros . Los indígenas se retiraron a pedir apoyo y los españoles salieron viendo la cantidad de indígenas que venía a alcanzarlos. En el camino, notaron la falta de un español y tornaron a buscarlo, encontrándolo mal herido en un arroyo. Lo cargaron en una hamaca y continuaron la retirada, guareciéndose detrás de unos de a caballo que los esperaban. “Y como los indios de la provincia de Hevejico supieron el daño que los españoles habían hecho en los de Peque, se holgaron mucho, por ser sus enemigos; y venían ya de mejor paz; plega a Nuestro Señor permanezcan en ella”. En el nombre de Dios Todopoderoso, padre, hijo, espíritu santo, son tres personas un solo Dios verdadero e y una esencia divina, y de la bienaventurada Virgen Santa María preciosa madre. Domingo cuatro días del mes de diciembre año del nacimiento de nuestro Salvador Jesucristo del mil quinientos cuarenta y un años, el muy magnífico señor Jorge Robledo, teniente de gobernador y capitán general de las ciudades de Cartago y Anserma y de todas las demás que descubriere y poblare por el muy magnífico señor don Sebastián de Belalcázar, gobernador y capitán general de las provincias de Popayán, por su majestad y por virtud de los poderes que para lo yuso tiene, estando en la provincia de Béxico, que es de estas partes de las Yndias e Tierra Firme del Mar Océano, en un pedazo de llano que en dicha provincia se hace entre dos cerros de monte y otro de sabana y en ella ciertos bohíos y labranzas de indios, el dicho capitán Jorge Robledo y en presencia de mí, Benito Enríquez, escribano de su majestad y de los testigos de yuso escritos, hizo hacer un hoyo en dicho llano y allí por su propias manos puso un madero grande y dijo, dadme por testimonio signado cómo en nombre de Su Majestad y del Señor pongo aquí este madero en señal de posesión para que allí en el dicho fuese fundada y edificada la ciudad de Antiochia y así fundaba y el dicho madero señalaba y señaló por picota para que en ella fuese ejecutada la justicia real de Su majestad, y fuese la advocación de la iglesia mayor de la dicha ciudad Nuestra Señora de la Concepción, por cuanto a su parecer y de los conquistadores y pobladores el dicho lugar y sitio parecía tener disposición y asiento para de tierras, pastos, aguas y leña para dicha ciudad, el mejor que al presente se podía haber, y todo y que tomaba y tomo la posesión civil y criminal, natural y corporalmente de la dicha ciudad y que allí hacía e hizo la dicha fundación de ella y el dicho madero y picota puso en señal de posesión y echo mano a la espada y le dio tres cuchilladas en señal de A, la dicha posesión la cual tomó quieta pacíficamente sin contradicción alguna que le fuese hecha ni dicha por ninguna [persona] y lo pidió por testimonio, la cual dicha fundación dijo que hacía e hizo con aditamento que si a él o la persona que allí dejara y al Cabildo de la dicha ciudad le pareciese que la dicha ciudad se debía mudar a otra parte donde tuviese mejor asiento y otras particularidades que son menester para una ciudad y los vecinos y pobladores y conquistadores recibiesen de ello honra y provecho y quietud y los indios y naturales de las tierras comarcanas menos daños, que puedan mudar y muden en el dicho nombre en aquellas partes que mejor fuere sin que por ello caigan en pena alguna uy de ello pare perjuicio a ninguno, y lo pidió por testimonio, testigos que fueron presentes a lo que dicho es, Pedro de Barrios y Juan Rodríguez y Pedro de León y Miguel Díaz y Bartolomé Sánchez y Juan Álvarez y Francisco de Cuéllar y Diego de Palencia, pobladores y conquistadores .
Un testigo de la campaña y fundación de Antioquia, Antonio Pimentel de Prado, tenía 24 años cuando participó en ellas, presentó una relación de servicios en que cuenta su participación en esta jornada, a manera de preguntas en una declaración de parte, tomada en la Ciudad de Arma, ante el escribano Gaspar Osorio, del 5 de mayo de 1551. Su texto dice: 13. Ítem, si saben, que después que el dicho capitán Jorge Robledo hubo hecho lo contenido en la pregunta, antes de ésta, por más servir a Su Majestad, salió a descubrir y conquistar las provincias de Ibígico [Ebégico] y Corama [Curume], e Ituango y Norosío [Norisco] y Peque y Mamaco y otras a ellas comarcanas, en las cuales fundó la ciudad de Antioquia, en el cual dicho descubrimiento, conquista y pacificación, para más servir a Su Majestad, se halló el dicho Antonio Pimentel de Prado y dejó su casa en la ciudad de Cartago poblada. Y si saben que para la dicha jornada se adeudó en mucha cantidad de pesos de oro, en caballos y ganado y otras cosas, por valer, como valían todas a excesivos precios. Digan lo que acerca de esto saben. 14. Ítem si saben, que en el dicho descubrimiento, se padecieron muchos y excesivos trabajos, por ser la tierra estéril, fragosa y los naturales muy belicosos. Y si saben que en todos los rencuentros, que con los naturales se hubieron, siempre era el dicho Pimentel uno de los primeros y que más se señalaban. Y si saben, que en la fundación de la dicha ciudad, fue el dicho Antonio Pimentel de Prado y después por el cabildo de la dicha ciudad, por alcalde ordinario de Su Majestad. Y si saben, que en aquel dicho tiempo, el dicho Antonio Pimentel sería de edad de veinticuatro años, poco más o menos. Digan lo que acerca de esto saben. 15. Ítem si saben, que en todos los descubrimientos, conquistas y pacificaciones de los naturales comarcanos a la dicha ciudad, el dicho Antonio Pimentel de Prado, salió muchas veces por caudillo de gente de a pie y de a caballo. Y si saben que en todo, el dicho Antonio Pimentel de Prado se daba buena maña. Y si saben, que en la provincia de Penco, prendió al cacique y señores, criados y a Gatico y en Peque a los señores y caciques, llamados Perenga y Pateveco y Arosnotado y Taybriala. Y si saben, que mediante las personas de estos caciques se atrajeron los naturales debajo del yugo de Su Majestad y servidumbre de los españoles. Y si saben que en todo, el dicho Antonio Pimentel de Prado hacía todo, que como buen capitán y hombre de guerra, debía hacer. Digan lo que acerca de esto saben. 16. Ítem si saben etcétera, que en la dicha conquista, el dicho Antonio Pimentel de Prado perdió un caballo, el cual se le cayó muerto entre las piernas. Y si saben, que en aquella sazón, valía un caballo quinientos y seiscientos pesos y más. Y si saben, que en aquella coyuntura, en un rencuentro que en Peque se hubo con los naturales, yendo el dicho Pimentel con el estandarte de Su Majestad, rompieron con los dichos naturales como alférez, que en aquella sazón era el dicho Antonio Pimentel de Prado, yendo en medio de los indios. Y si saben que se le cayó otro muy buen caballo entre las piernas, sin le levantar en aquellas tres horas, por lo que ya que no murió el dicho caballo allí adelante, de modo tal, que nunca más volvió en sí. Y si saben que después, que yendo a pie entre los indios, el dicho Antonio Pimentel hizo todo lo que cualquier buen soldado debía hacer. Digan lo que acerca de esto saben. 17. Ítem, si saben que en el repartimiento que el dicho capitán Jorge Robledo hizo en la dicha ciudad de Antioquia, entre los españoles y vecinos no embargante, que en la ciudad de Cartago había dado de comer al dicho Antonio Pimentel de Prado, para en recompensa de los servicios y trabajos y gastos, pérdidas y menoscabos de hacienda, que el dicho Antonio Pimentel de Prado había hecho en la dicha jornada, le dio y encomendó en los términos de la dicha ciudad, en la provincia de Anamaco, trescientas casas pobladas de visitación con el señor y caciques señores principales de ella y en la provincia de Ebéjico, los señores Cosaboruco [en otros documentos se escribe como Zuzaburruco] y Yuruba, con cien casas pobladas, con el señor principal de ellas. Digan lo que saben .
A diferencia de los otros pueblos conquistados por Robledo, los indígenas de la región sabían con antelación la llegada de las tropas españoles, por el antecedente funesto del paso de las expediciones de Francisco César, Juan Vadillo y Juan Graciano entre 1537 y 1539. Cuenta Cieza que luego del saqueo de sepulturas por César, los jefes indígenas se reunieron e hicieron un ritual en honor de Guaca (el Dios de ellos), quien les avisó que tenían que prepararse porque habrían de llegar otros cristianos con el propósito de ocupar sus tierras: Cuando después entramos con Vadillo, hallamos algunas de estas sepulturas sacadas, y la casa o templo quemada. Una india que era de un Baptista Zimbrón me dijo a mí, que después que César se volvió a Cartagena, se juntaron todos los principales y señores de estos valles, y hechos sus sacrificios y ceremonias, les apareció el diablo (que en su lengua se llama Guaca) en figura de tigre muy fiero, y que les dijo cómo aquellos cristianos habían venido de la otra parte del mar, y que presto habían de volver otros muchos como ellos y habían de ocupar y procurar de señorear la tierra, por tanto que se aparejasen de armas para les dar guerra. El cual, como esto les hubiese hablado, desapareció, y que luego comenzaron de aderezarse, sacando primero grande suma de tesoros de muchas sepulturas . En efecto, al año siguiente llegó la expedición de Vadillo, en la cual fue muerto Quinuchu, hermano del Nutibara, señor de la tierra, y se dio la toma del cerro Buriticá, donde fue quemado vivo el cacique Tatepe. Posteriormente llegó la invasión de las tropas de Graciano y Bernal, que acabaron con la vida de Nutibara, también quemado vivo. Por esta razón, cuando a finales de 1541 llegó Robledo a la región fue recibido de guerra. Poco le valió la estrategia de querer seducirlos apelando a las enemistades que tuvieran con otros grupos. Los enemigos se habían hecho aliados para repeler al invasor. Esto desconcertó a Robledo, quien sólo vino a entender la tenacidad con que resistían los indígenas, cuando estos le explicaron que ya no creían en promesas de paz. Esto sucedió al fin de una de las campañas contra los Hevejicos: Y como llegaron ante el Capitán los indios que llevaban presos, él les habló, diciéndoles que, porque no habían querido venir de paz, habiéndoles enviado a llamar tantas veces, pues sabían que él no les hacía mal ninguno, antes les daba muchas cosas que ellos tenían en mucho, que porqué querían más ser muertos y andar por el arcabuco fuera de sus casas al frío y al agua; que se vinieren a ellos y se estuviesen quedos; y que si algún daño se les había hecho, era porque eran bellacos y no querían venir a dar la obediencia a Su Majestad, como él tantas veces se lo había enviado a decir. Respondiéronles, que ellos paz querían, pero que tenían noticia que otros hombres como nosotros habían pasado por unas provincias de Nori y Buriticá y Guaca, que están de aquellas provincias a treinta y cuatro leguas, que habían muerto todos los indios y señores de ellas, habiéndoles salido de paz; y que ellos tenían temor no se les hiciese lo mismo. . Aquí reconoció Robledo que se trataba de las expediciones mencionadas, y cambió entonces la forma de hacer la guerra: Lo cual decían, por dos armadas que salieron de la provincia de Cartagena, que la una era del licenciado Vadillo, y la otra de Juan Grecimo [Graciano], que por allí habían pasado; que como no llevaban intención de poblar la tierra y permanecer en ella, robaron y destruyeron todo lo por donde pasaron, como aquello que poco les había costado. Y esto ha causado tanto daño en estas provincias de Hevejico y sus comarcas, que ha sido causa que los naturales hayan estado tan rebeldes . Como el Capitán vio la respuesta que los naturales tenían, y la causa porque no venían de paz, los hizo entender, como no habían de recibir ningún mal tratamiento, y los soltó libremente y a sus mujeres con ellos; por donde perdieron parte del miedo que tenían, y comenzaron a venir de paz algunos indios a ver el Capitán y a los cristianos, para vernos del arte que andábamos. Y aunque no era de buena paz, el Capitán los dejaba ir y venir libremente, y no consentía que se les hiciese daño ninguno . Aquí distingue Sardela dos tipos de conquistador: el saqueador y el poblador. El uno, solo va de paso, y no le importan las consecuencias de sus actos (“luego entre los naturales vuela muy gran cantidad de tierra el daño que en ellas se hace)”, y el otro que está más interesado en permanecer en los territorios, fundar ciudades y poblarlas: Su Majestad había de mandar que todas las tierras que se descubriesen, habiendo aparejo, se poblasen, son muy grandes penas; porque muchos Capitánes hay, como no llevan esta intención, roban y destruyen las tierras por donde pasan; y estas partes son de tal calidad, que luego entre los naturales vuela muy gran cantidad de tierra el daño que en ellas se hace, como el bien (…) no hace lo que algunos Capitánes de estas partes suelen hacer, que como descubren algunas tierras, tiénenselas en sí, por llevar el usufructo de ellas, y que cuando las han bien escudriñado, danlas a los pobres conquistadores; y aún no tan mal si se las da a ellos, porque en estas partes suele acaecer, andar no sirviendo a Su Majestad diez y doce años, y no tener un muy buen repartimiento; porque saben que está muy lejos Su Majestad y el su Consejo, para se venir a quejar. Lo cual el Capitán Jorge Robledo no ha hecho, sino que antes ha hallado muchas tierras destruidas de guerras, que entre los naturales han tenido unos con otros, y las ha tornado a rehacer y pacificado; y ha sido uno de los que buena orden ha traído en el conquistar, descubrir y poblar estas partes, porque con la buena maña que se ha dado, ha poblado dentro de dos años tres ciudades, y pacificado las provincias de ellas, y descubierto otras muchas y muy ricas, donde se pueden poblar otras . Sin embargo, aunque Robledo está en el grupo de los conquistadores pobladores, no se escapó del alcance del vuelo indígena, y cuando murió en manos de Belalcázar los indígenas Pozos se comieron sus entrañas, para vengar las crueldades sufridas.
Un papel importante en esta campaña consistió en que los españoles conjugaron la lucha militar con la simbólica, siendo el sitio de la laguna, lugar donde se dieron las grandes batallas, el escenario donde empezaron a mudar las creencias nativas (el Diablo) por las cristianas (la Cruz), hábilmente utilizada por el invasor.
Relata Robledo, en la relación que hizo del descubrimiento de Antioquia (ver anexo), que en la provincia de Hevejico estaba una lagunilla, de agua pequeña, cerca de la ciudad, donde él estuvo acampado la primera vez que entró en la tierra porque había un buen pueblo, y viendo los indígenas que iba allí a dar de beber a los caballos, le dijeron que no lo hicieran, porque en ella habitaba una culebra muy grande que los mataría si entraban dentro. Esta culebra, según los indios, salía del agua y les hablaba, tenía orejas y ojos grandes y pies, y para que no estuviera enojada le echaban de comer. Los indios no osaban lavar ni entrar en ella, y viendo cómo entraban los españoles y lavaban los caballos, se admiraban mucho y se espantaban de cómo la culebra no salía y los mataba. De esto, concluye Robledo, se puede tener que era el diablo que se les aparecía en figura de culebra. Dice luego, en el mismo texto, que, antes de que fundara la ciudad y mirando el sitio donde hacerla, y estando acampando en el mismo lugar, hizo poner una cruz en una loma que está encima de la laguna y una vez puesta le hizo entender a los indígenas que no la habían de quitar porque era la insignia de los cristianos, y que la tenían en gran veneración porque el que hizo todo el mundo y creó todas las cosas de él, se las había dado a los españoles por señal y bandera contra todas las cosas malas y que así ellos la podían tener contra aquel diablo que se les aparecía, que hiciesen aquella señal con la mano o con palos cuando lo viesen y que luego huiría. En esa oportunidad Robledo no pudo seguir hacia detrás de la loma donde estaba la cruz, porque desconfió de las invitaciones que le hacía los indios para que pasara adelante, enterándose luego de que los Hevejicos y otro pueblo que era enemigo de éstos se habían concertado para tenderle una trampa, metiéndolo en una quebrada donde los matarían a todos. Retornó entonces para Currume. De Currume salió Robledo para Penco y otras provincias, y por esa ruta llegó detrás de la loma de la cruz. Y viendo los indios como la primera vez, fingiendo amistad, no lo pudieron matar, le declararon la guerra francamente, y lo esperaron en los cerros llenos de gente, con las laderas llenas de piedras para arrojarle a los españoles. Y en la loma donde estaba puesta la cruz más de diez mil hombres, todos alrededor de la cruz, lo cual tuvimos por milagro no haberla quitado porque ninguna cosa nuestra ellos ven que no la deshagan y quiebren después de idos y aún las casas en que nos aposentamos queman y las cruces derriban porque en muchos corvos (lugares) mandé poner cruces y las quitaban . Juan Bautista Sardela hace una versión un poco menos piadosa de este episodio, Dice Sardela que otro día, estando acosado Robledo por las tropas indígenas, ante el reclamo que le hicieron los indios de porqué estaba allí, que se devolviera para donde había venido, el capitán los mandaba llamar con los traductores diciéndoles: “que sino venían de paz, les había de hacer la guerra; y que tornasen a poner la cruz, que, en el tiempo que en aquella loma estuvimos aposentados, ellos habían quitado, sino que a todos los mataría. Y otro día, de mañana, como amaneció, apareció la cruz puesta, de que no poco nos maravillamos” . Y el Capitán viendo esto, mandó se hiciese procesión dando gracias a Nuestro Señor por la victoria que siempre había dado, la cual se hizo día de Nuestra Señora de la O., con toda la solemnidad que se pudo, y se dijo la misa en la loma donde se puso la cruz el día que en aquella provincia la primera vez entramos; y viendo el milagro que Nuestro Señor había hecho con ella, que habiendo estado cercada de todos los indios de la tierra, no la haber movido ni podido quitar (…) Y ansi se puso para de aquella cruz primera, otra muy bien labrada, y aquel día hubo allí muy gran regocijo, y el Capitán hizo allí banquetes de todo lo que se pudo haber, que no faltaron cosas buenas, aunque era la tierra nueva . De esta manera quedó abierto el camino para la religión cristiana en Antioquia. Ver: https://www.albicentenario.com/index_archivos/actualizada_01_septiembre_2016.html
ANEXO Relato de la fundación de Antioquia por Juan Bautista Sardela Y así fue acordado, porque a todos les pareció muy bien lo que el Capitán había dicho, y todos le tuvieron en mucho lo que hacía y le dieron las gracias por el cuidado que sobre sus personas había tomado; aunque no dejó todavía de haber algunas contradicciones, porque algunos de los de a caballo decían que se les había acabado el herraje, y no tenían con que herrar los caballos, el Capitán les dijo que por aquello no lo dejasen, que él proveería en ello como tuviesen todo recaudo. Y así mandó al Capitán Álvaro de Mendoza con veinte hombres de pie, fuese a la ligera a ver si se hallaba otro camino para entrar en aquellas provincias a orillas del río, y ansí fuimos, donde nos detuvimos 15 días, y nunca se halló poblado, ni señal de camino; y la tierra era tan fragosa, que en ninguna manera se podrían meter por ella caballos. En este camino a la orilla del río, hallamos muchos bohíos llenos de comidas, y los campos llenos de albahaca de Castilla, salvo que tenía la de aquestas partes la hoja más ancha. Y desde un cerro alto que sobrepujaba a los que por allí había, de la otra banda del río, cuatro o seis leguas la tierra adentro descubrimos muy grandes rocas y sementeras de maíces y muchos humos, con lo cual nos volvimos donde el Capitán estaba y le dimos razón de lo que habíamos visto; y el Capitán, teniendo todavía propósito de entrar en aquellas provincias, por todos los españoles, que con él iban, le fueron hechos muchos requerimientos para que no entrase en ellas, porque según las poblaciones que se habían visto, eran menester para conquistarlas cuatrocientos hombres por lo menos, y todos nosotros no éramos sino setenta y tantos; y visto por el Capitán la voluntad de todos, y viendo que en aquello tenían alguna razón, forzó la suya por no ir contra la de todos, y no dar de cabeza, como han hecho otro capitanes que se han perdido en aquellas partes. Y acordó de pasar el río para ver aquellas poblazones de que se le había dado razón, para lo cual se buscaron muchas cañas e hicieron muchas balsas atadas con bejucos para pasar la ropa y caballos, y por la industria y buena maña que el Capitán se dio, dentro de ocho días se pasó todo, aunque con un harto trabajo por causa de no haber más de doce nadadores, y estos a puros brazos y fuerzas lo pasaron todo. Y las personas que no sabían nadar, tomaban dos cañas tan gruesas como un muslo, y atábanlas por la una punta una con otra, y metíanse allí en medio tres o cuatro españoles y las personas que habían de pasar, y tornaban a atarlos por las otras puntas, y ellos metidos allí en medio, un nadador delante y otro detrás, los pasaban; aunque ellos no se podían hundir con las cañas, todavía iban a harto riesgo. Y como se hubo pasado, el Capitán mandó mover el real, y no pudiendo ir por el río abajo, a causa de venir a descabezar todas las sierras al río, subió por una loma, y fue por ella por despoblado ciertos días, y tornó a bajar otra loma que iba hacia el río, en la cual se despeñaron dos caballos, los mejores del real, que hubo algunos días carne fresca; y sobre una loma muy grande, que estaba junto una cordillera de montaña descubrió una provincia, que se dice Curume; y como los naturales no se vieron y que íbamos hacia ellos, se pusieron en defensa y nos tomaron ciertos saltos, por donde había de entrar. Y visto por el Capitán los pasos ser muy malos y estar muy limpios, los cuales habían limpiado los naturales, por poderse aprovechar de las galgas, que son unas peñas grandes que a ellos suelen ajuntar en los altos para desde allí arrojarlos abajo, y antes que del todo caigan abajo, hácense muchos pedazos y aquí salta uno y acullá otro, y son muy peligrosos. Y viendo el Capitán que por donde los naturales estaban no podían entrar, envió cierta gente de pie y de a caballo por una media ladera de monte que son bien arriba y tomasen lo alto a los naturales. Los cuales se dieron tan buena maña, que subieron sin ser sentidos; y cuando los naturales vieron los españoles y caballos arriba, se espantaron mucho de verlos, y desampararon los altos, y toda la gente tuvo lugar de entrar en aquella provincia sin peligro ninguno. Y el Capitán se aposentó en unos aposentos grandes, que eran del cacique, y todos los demás en otros aposentos que había a la redonda; y luego el Capitán mandó se recogiese comida, porque su voluntad era de estar allí algunos días y pacificar los naturales; y andándola recogiendo, los naturales mataron y prendieron muchas anaconas [yanaconas], que son indios cristianos de servicio de los españoles. Y el Capitán viendo esto, y que no querían venir de paz los naturales, aunque los había enviado a llamar muchas veces, mandó poner recaudo en el real, y que no saliese nadie de él sin su licencia. Y cada mañana parecían sobre el real por las lomas muchos indios en escuadrones, dando grita y haciendo sus visajes; y el Capitán los llamaba con las lenguas que llevaba para que viniesen de paz; y respondieron que nos habían de comer a todos, que aquella era su tierra, que nos fuésemos de ella, que no querían paz. Y el Capitán, viendo cuan desvergonzados estaban y que no querían venir, envió a entrar por dos partes, por la una al Capitán Vallejo, y por la otra a Juan de Frades, ambos con gente a pie, porque no se sufría llevar caballos, por ser la tierra muy áspera y ir de noche y haber poco herraje. Los cuales partieron del real al cuarto de la modorra, y amanecieron sobre cierta gente de la natural, que estaba rancheada en los arcabucos, y se prendió mucha gente, y algunos principales entre ella. Y traídos ante el Capitán, después de les haber hablado lo que el Su Majestad manda que se les diga para atraerlos a su dominio o al conocimiento de nuestra santa fe católica, se informó de ellos de la tierra que había delante; y le dijeron de muchas provincias, con algunas de las cuales ellos tenían guerra, y se comían los unos a los otros, diciéndole que fuese allá. Y el Capitán les decía con las lenguas, que él no venía a matarlos ni a tomarles ninguna cosa de lo suyo, sino ser su amigo; porque venía en nombre de Su Majestad, cuyo vasallo él y todos eran, para hacérselo entender, y cómo tenían Dios, que era el que criaba el cielo y las estrellas, el mar y las arenas, y el que les daba todo lo que había menester. Y que si ellos querían ser sus amigos, él les ayudaría contra los que les hacen guerra; y sino, que también se las haría a ellos y los mataría a todos. Y hécholes bien entender esto y otras muchas cosas que les dijo, les soltó a todos libremente para que lo fuesen a decir a los caciques y demás señores, para que viniesen de paz; y ansí se fueron, y estuvieron ciertos días que no volvieron. Y viendo su rebeldía, tornó otra vez a enviar al dicho Capitán Vallejo y Alonso de Villacreces, con cierta gente de pie, y dieron sobre un pueblo de los naturales, al cuarto del alba, donde se tomó mucha gente, entre la cual venía alguna de la que le habían traído la primera vez. Y preguntándoles que por qué no habían venido de paz, dijeron que porque el cacique era gran señor, y no quería ser amigo de los cristianos ni ellos tampoco; y el Capitán hizo algún castigo en algunos, moderadamente, y los soltó para que fuesen a decir a los señores lo que pasaba; y vinieron algunos indios, de paz, con alguna comida. Y allí el Capitán, queriendo ir adelante para ver lo que había, viendo que no había herraje para los caballos, por lo cual no podía ir a ninguna parte, y eran muy gran falta para la conquista de aquella tierra, y la vida de los españoles, después de Dios, estaba en el servicio de los caballos; dio orden e industria cómo se hiciese una fragua, la cual no habiendo el aparejo que para en Castilla fuera necesario, se hizo en esta manera: que hizo adjuntar muchos borceguíes y coserlos unos con otros, y se plegaron y se pusieron sus arquillos; y de unos tablones, en que los indios se asentaban, se hicieron paradas, y de unos árboles blandos, hizo cortar dos maderos, e hicieron cuatro partes, partidos por medio; y cada uno socavábanle por de dentro y ajuntaban uno con otro; de que se hicieron los cañones. Y porque no había conque los calafatear, con cordeles, por encima encerados, apretaban uno con otro; y de una olla de cobre se hicieron los cañones que entraban en el fuego, y de una pala de hierro se hizo la tovera. Y para esto no había maestro, ni quien lo supiese hacer; y todos pensábamos que era por demás el trabajo del Capitán, y cuando no nos catamos salió hecha, y soplaba muy bien. E ya que estaba hecha, no había quien hiciese clavos; y por la orden que el Capitán dio, por los haber visto hacer, los hizo un español que allí se halló, que era puñalero, que se decía Bartolomé Hernández; de que vino tan gran provecho a toda la gente, que no se puede decir. Y los clavos y herraduras se hicieron de cadenas y estribos de hierro, que muchos de los españoles traían. Y como esto fue hecho, el Capitán, con cuarenta hombres de a pie y de a caballo, salió de esta provincia de Currume, ´pe [sic] dejó al Capitán Álvaro de Mendoza con la demás gente en ella, y él fue a ver lo que adelante había. Y a cabo de dos días, que de aquella provincia salimos, descubrimos una provincia que se dice Hevejico en nombre de indios, a donde los naturales, como tenían noticia de nuestra venida, estaban alzados y amontados de sus casas; y andaban en escuadrones por las lomas, bailando, tocando atambores y dando muy grandes alaridos. Y llegando al paso de una sierra que habíamos de subir que lo alto tenían los naturales, el Capitán desde el pie de ella los llamó de paz con las lenguas que llevaba; y bajó a nosotros un indio temblando, y se llegó al Capitán y se espantaba de vernos. Y allí le dijo que no tuviesen miedo ninguno, porque él no venía hacer ningún mal; y el indio le respondió: que subiese arriba y fuese adelante. Y el Capitán, por ser ya de noche, acordó de quedarse allí; y otro día de mañana se tornó aquel alto, y allá encima le vinieron algunos indios, de paz, con comida, y le señalaban con la mano para que fuese adelante, porque allá estaba el cacique y nos tenían aparejada mucha comida; lo cual era traición, que la comida era la muerte que nos tenían aparejada, si el Capitán en ello no proveyera. Y fue que, como el indio nos dijo que nos tenían de comer, mandó al Capitán que todos se armasen y fuesen en orden; y el indio nos metió en un valle muy poblado, donde en una loma había hasta seis mil indios juntos, de guerra, hechos un escuadrón, sin otros muchos que andaban por otras lomas. Y como nos tuvieron en el valle, era tanta la grita y apellido que tenían, y atambores que tocaban, que no había quien no temiese; y el Capitán con toda la gente se llegó cerca de ellos, en un llano que estaba en media ladera de la tierra donde ellos estaban, y desde allí con las lenguas los lllamó para que viniesen de paz. Los cuales, a manera de burla, no querían responder; y dos indios, que debían de ser de los más valientes que allí estaban, no hacían sino salían de donde los indios estaban y veníanse corriendo hacia nosotros, y desde que llegaban al medio, haciánnos muchos visajes, como que nos tenían en poco, y tornábanse a volver; y esto hicieron muchas veces. Y el Capitán, viendo esto y la poca vergüenza que tenían, mandó a Pedro de Barrios, de a caballo, que tomase un perro de traílla y espantase aquellos indios; el cual fue a ellos corriendo con su caballo, que tengo que una cabra hiciera mucho en andar por donde él iba, y llevaba un petral de cascabeles. Y de que los indios oyeron y vieron el caballo y el hombre encima, cosa nunca vista en aquellas partes, huyeron, como si el diablo llevaran en el cuerpo; y los demás indios daban muy grandes apellidos. Y como en la mitad del camino estaba una peña de altura de dos estados de hombre, no pudo pasar adelante; y sentido por los indios, eran muchas las momerías que hacían, y hasta encima de aquella peña venían tres o cuatro indios haciendo muchos ademanes, a manera de muy valientes. Y el de a caballo, viendo los gestos que le hacían los indios, soltó el perro que llevaba y hechóselo; y saltan la peña y van en pos de los indios, y tomaron un indio e hízole pedazos. Y como se detuvieron en este, no pudieron tomar, y los otros tuvieron lugar de huir, y como los que estaban arriba vieron lo que había pasado, amansáronse algo, y de allí adelante, de solamente oir ladrar el perro, se espantaban. Y visto por el Capitán la poca mella que les hacía las cosas que les decía, y que trataban traición con él porque le decían que pasase a una chapa que estaba enfrente, que parecía ser muy poblada; lo cual Nuestro Señor le puso en el corazón que no lo hiciese, porque si pasara, ninguno de cuantos con él íbamos escapara porque los indios tenían hechas muy grandes celadas en ciertas quebradas por donde habíamos de pasar, y en los altos tenían aparejadas muchas galgas, según después ellos mismos dijeron. Y el Capitán acordó de quedarse allí, y se aposentó en un llano que allí se hace a par de una laguna de agua que allí se hacía, y hecho el aposento, el Capitán con siete u ocho de a caballo subió a la loma donde estaban los indios, y con la lengua los comenzó a llamar de paz. Y se llegaron á él hasta treinta o cuarenta indios, y se espantaban mucho de vernos los caballos y con barbas, y echaban la mano a ellas para tentarlas, y tenían mucho miedo a los caballos. Y el Capitán les dijo, que no tuviesen miedo ninguno, que viniesen de paz porque él quería ser su amigo; y les dejó y se bajó a su aposento, donde estuvo aquella noche. Y otro día de mañana, parecieron muchos indios en escuadrones por las lomas; y aunque los llamaban con las lenguas para que viniesen de paz no querían; y el Capitán, envió a Pedro de Matamoros, con cierta gente, a ver si podían tomar algunos indios, el cual dio en cierta gente que estaba rancheada en un monte, y se prendió algunos de ella y se trajo ante el Capitán. A la cual hizo la plática susodicha; y decían que los señores de la tierra les habían mandado que no viniesen de paz, y ellos bien la querían; y el Capitán soltó algunos de ellos, y otros dio a personas que tenían necesidad, para que se sirviesen de ellos. Y luego otro día mandó que en aquella loma donde había estado junto aquel escuadrón de indios, se pusiese una cruz, la que se puso. Y otro día el Capitán pasó aquella loma, y dio en otro valle, donde había muy gran poblazón; y todos los indios andaban alzados por las lomas, y no tenían ninguna cosa en casa, porque para alzarlo habían tenido tiempo, sino era comida, que esta había para más de medio año, de maíz y frísoles. En este valle se aposentó el Capitán en unos bohíos, que estaban en mitad de una loma, porque su intento era pasar la cordillera de montaña, que por encima iba, para ir a ciertas provincias de que tenía noticia. Y como los indios nos tuvieron en aquel valle, pensaron que todo lo tenían acabado, y que nos habían de comer a todos, porque sabían que no se había de pasar aquella montaña con los caballos, como era la verdad, porque el Capitán envió españoles a verlo, y hallaron un arcabuco de raíces muy peligrosas, que ansí como ponían el pie, pensando que lo ponían en tierra firme, se hundían hasta la mitad del cuerpo, porque todo estaba hueco, por las raíces crecer para arriba y estar entretejidas parecían ser tierra firme. Y el Capitán, viendo que por allí no se podía pasar, acordó de volverse, aunque primero estuvo allí dos días, en los cuales, por la banda de una quebrada, donde estaba el Capitán, vinieron indios a hablar con él; le preguntaron que qué era lo que quería y buscaba en aquella tierra, que nos fuésemos de ella. El cual les dijo: que él venía en nombre de Su Majestad, cuya era aquella tierra, y a vivir en ella para siempre, porque había de poblar una ciudad. Y le respondieron; ¿que si habíamos nosotros hecho aquellos bohíos y plantado los árboles, para que fuese del Rey, que les decía, aquella tierra? Que supiese, que sino nos queríamos ir de ella, que nos habían de comer a todos. Y ellos, viendo que nos tornábamos a volver por el mismo camino que habíamos allí venido, empezaron a dar muy grandes alaridos y a bailar y hacer muchos fieros; y el Capitán les llamaba con las lenguas, diciéndoles que supiesen, que sino venían de paz, les había de hacer la guerra; y que tornasen a poner la cruz, que, en el tiempo que en aquella loma estuvimos aposentados, ellos habían quitado, sino que a todos los mataría. Y otro día, de mañana, como amaneció, apareció la cruz puesta, de que no poco nos maravillamos; y tomado aquel alto, donde estaba puesta, por algunos españoles, sin peligro ninguno, le pasamos; y el Capitán se volvió a la provincia de Currume, donde había quedado el real. Y como aquí fue llegado, luego mandó a percibir cincuenta hombres de a pie y de a caballo, porque quería pasar aquella cordillera de montaña que estaba sobre el real, y ver lo que había. Y apercibidos y puestos en orden, se partió con ellos, y dejó con la demás gente al Capitán Álvaro de Mendoza, el cual hacia poner cada noche sus velas y rondas de a caballo, de dos en dos. Y en tiempo que el Capitán estuvo ausente, que fueron veinte días, como los indios sintieron la poca gente que allí había quedado, venían cada día a desvergonzársenos, allegándose junto a nosotros; y una noche en el cuarto de la modorra, haciendo la ronda, vinieron ciertos indios, por la parte donde aquella provincia habíamos entrado, con lumbre, a poner fue[go] en el real; y si a la sazón hacia aquella parte no se hallaran dos de la ronda, se hiciera muy gran daño, por respeto de no haber más de veinte y siete españoles en el real, y algunos enfermos. Y como dimos alarma, el Capitán mandó que todos se pusiesen a recaudo para el cuarto del alba, por si alguna (cosa) quisiesen los indios hacer; y se empezó a escaramuzar con los caballos con sus pretales de cascabeles por el real; y de que los indos vieron ser sentidos, se fueron. Y téngase por cierto, que una de las cosas que mucho sienten de noche, es el caballo, que estando con él parado, es meneándose una hoja de árbol o que se haga el menor ruido del mundo, luego aguazan las orejas, y esto muchas veces se ha probado; y el mejor remedio es, cuando así hace muy oscuro que no se puede divisar quien viene, tener ojo en las orejas del caballo, que luego se ve lo que hay. En el tiempo que el Capitán se ocupó en descubrir las provincias de Hevejico, a los españoles, que en la provincia de Currume (estaban) con el Capitán Álvaro de Mendoza, les faltó la comida, por donde tuvieron necesidad de salir por ella. Y el Capitán, que allí había quedado mandó a cierta gente de a pie y de a caballo fuesen sobre el rio grande a buscar si había alguna comida; los cuales fueron y encima de una loma les salieron al recuentro un escuadrón de indios, con el tuvieron guasábara muy reñida e hirieron los más de los españoles, puesto que los naturales recibieron mucho daño con dos o tres ballestas que allí se hallaron. De a donde cobraron tanto miedo, que de allí adelante, en las guasábaras que se hubo, como ansí como encaraban aunque fuese una espada, pensando que era ballesta, se abajaban, no paraba indio con indio; y como soltaba, iban a buscar la saeta, como perros de presa, para ver lo que era lo que tiraban; y espantábanse de verlo todavía. Los españoles rompieron los indios y los hicieron huir, por donde tuvieron lugar de tomar comida, y se volvieron al real con ella; aunque en esta salida se les despeñó un español, que se hizo mil pedazos, y fue tan grande la hondura donde cayó, que no se pudo sacar de allí, más de que le vieron muertos; porque la tierra es tan áspera y fragosa, que es menester andar con muy gran tiento por ella, por ser la tierra sierras peladas y muy resbaladeras. Como el Capitán partió de la provincia de Currume, y pasó la cordillera de montaña que por encima del real estaba, y descubrió una provincia buena, que se dice Penco, a donde los naturales, como habían sido avisados de los de la provincia de Currume del camino que llevaba y del castigo que en ellos se había hecho, no paró indio con indio. Y de esta esta provincia, el Capitán descubrió las de Parruto y Guarami, y otras a estas comarcanas, a donde no se hubo ningún recuentro, por los indios no querer aguardar. Y de aquí el Capitán tornó a pasar la cordillera de montaña, por camino nunca hecho; y entraron en el arcabuco de raíces que arriba tengo dicho, donde se vieron en muy gran riesgo de perder todos los caballos, porque como las raíces estaban entretejidas en el aire, sumíanse todos los caballos, y hubieron de hacer camino a mano cerca de ocho leguas, en que se detuvieron algunos días y se sacaron los caballos con muy gran detrimento, aunque se despeñó uno y se hizo pedazos, que fue muy gran altura para en la coyuntura que iban, porque en semejantes tiempos, en tanto se tiene la vida de un caballo, como la de seis españoles. Y así salieron el segundo valle de la provincia de Hevejico, donde el Capitán estuvo aposentado, cuando envió a ver el arcabuco que arriba tengo dicho, para pasarle; y aquí los naturales, como vieron los españoles, se empezaron a juntar ciertos escuadrones de indios, y vinieron juntándose a los nuestros, tocando bocinas y haciendo muy grandes amenazas, que los habían de comer a todos, e hicieron noche cerca de ellos. Y aquella noche el Capitán envió al Capitán Vallejo y Antonio Pimentel, con cierta gente de a pie, a que diesen sobre ellos, los cuales de sobre salto, al cuarto del alba, dieron sobre ellos e hicieron muy gran daño en ellos, aunque por ellos fueron heridos algunos españoles; y como los nuestros vieron que amanecía, se retiraron y se tornaron al real. Y luego otro a de mañana [sic] antes del día, el Capitán se partió de aquí, y mandó a ciertos españoles, que tomasen el alto de ciertos pasos por donde había de pasar; y se tomaron, y pasó adelante y se aposentó en un llano, que estaba cercado de sierra, frente de la loma de la cruz, por respeto, que la loma donde la cruz estaba, estaba tomada de más de veinte mil indios, juntos en escuadrones, a punto de guerra, por todos los pasos que los nuestros habían de pasar, con muchas galgas y otros aparejos para defendérselo. Y tuvieron cercado allí al Capitán tres días, y no había más de un paso por donde los caballos pudiesen subir, el cual, la primera vez que por allí pasó, se había hecho a mano con los azadones; y este eran tan dificultoso, que no se podrá decir; y tenían los naturales encima muchas piedras, como unas botas grandes, para que al tiempo que pasasen los caballos, arrojarlas, y no pasara caballo, hombre, ni perro, que no se llevaran. Y el Capitán, como hombres de experiencia, se estuvo quedo allí, hasta ver que era la intención de los indios, y al cabo de dos días que había que le tenían cercado, empezaron de nuevo a venir muchos escuadrones de indios por un cabo y por otro; los cuales salieron los nuestros, y tuvieron su recuentro que duró buen rato, y los hicieron retirar por una sierra arriba, y se prendieron ciertos gandules, de los cuales se hizo justicia. Y como los indios hubieron probado nuestras fuerzas y lo poco en que eran tenidos, salió un principal de ellos, y a grandes voces dijo a los nuestros: ¿que qué hacían allí; que porque no se iban? A lo cual el Capitán respondió que no se había de ir tan presto de allí, y les había de comer todo lo que tenían, pues que no querían sino guerra. Y como el Capitán vio que todavía los indios estaban en su mal propósito, y que de cada día se juntaban más, y que sería causa para suceder algún riesgo, una noche mandó a apercibir toda la gente; y apercibida, él mismo, puesto en la delantera a pie, cuatro horas antes del día, con ciertos españoles, fue por un paso donde estaban unos escuadrones de indios, y por otro mandó hacer cierto camino, por donde fueron algunos de a caballo, para que, si se hubiese recuentro con los naturales, se hallasen en lo alto algunos caballos. Y con esta orden el Capitán, sin ser sentidos, subió en lo alto antes que amaneciese; y como por los indios fue sentido, desampararon los altos, pensando que todos los españoles estaban con él; y no eran sino doce, lo cual muchas e infinitas veces se ha visto en estas partes, muy gran cantidad de indios huir de muy pocos españoles. Lo cual Nuestro Señor es servido, porque si les diese lugar a defensa alguna, toda España no sería bastante a su conquista. Y como fue tomado aquel alto y echados los indios de él, se dieron muchas gracias a Nuestro Señor por la merced que les había hecho; y así subió toda la gente. Y este día el Capitán se fue aposentar a la entrada del valle de la provincia de Hevejico, y de allí envió mensajeros, a la provincia de Currume, a Álvaro de Mendoza para que con todo el real se viniese allí donde él estaba, para que allí se acordase lo que se debiese hacer. Y llegaron los mensajeros a la provincia de Currume, a un tiempo, que todos estábamos muy tristes, porque el Capitán había muchos días que era salido y no teníamos nuevas ningunas de él; y luego nos partimos para la provincia de Hevejico; y en el camino hicimos tres jornadas, y en la una, al subir, de un reventón de una loma, se despeñó el mejor caballo que en el real había. Y llegados a la dicha provincia, el Capitán hizo juntar todos los caballeros y personas honradas que con el venían, y les hizo un razonamiento, como le parecía que era bien poblar allí una ciudad, pues estaba en parte conveniente y era sin perjuicio de los naturales; y en la tierra no había mejor asiento que aquel donde estaban. Porque visto por los indios que él ponía por la obra lo que les había dicho y edificaba casas y sementeras, se les quebrarían las alas, y más aina vendrían al verdadero conocimiento; como se hizo, y a todos les pareció muy bien. Y luego el Capitán envió al alférez Gerónimo Tejelo, con cierta gente de a pie y de a caballo, a que por aquella provincia fuese a recoger todo el bastimento, que se pudiera, para el sustentamiento de los españoles, antes que los naturales lo escondiesen; el cual fue a un valle, que estaba junto donde se había de poblar la ciudad, y estándolo recogiendo, vinieron mucha cantidad de indios en escuadrones de la provincia de Ituango, a favor de los de aquella de Hevejico; porque les habían dicho muchas palabras injuriosas, diciendo, que cómo no nos habían muerto a todos y echándonos de la tierra, que no eran para nada; y que pues ellos no habían sido, que ellos venían a hacerlo. Y al tiempo que ellos llegaron a la cumbre de una loma, que estaba junto donde los españoles recogían la comida, acertó a llegar allí Álvaro de Mendoza con alguna gente de caballo, porque el Capitán le había enviado a ver lo que se hacía. El cual viendo la mucha cantidad de indios que venía se armó con sus armas, y Gerónimo Tejelo y Martin de Voanegra, todos tres en sus caballos, subieron a los indios, que serían más de seis mil indios; y como el llano de la loma era poco, no podían en ninguna manera los caballos romper por ellos, que a manos los detenían; pero con la fuera del caballo y del miedo que tenían, por nunca lo haber visto, y las lanzas que les picaron en alguna manera, los desbarataron, y se dejaban despeñar muchos de ellos por aquella loma abajo. Y ello fue de tal manera, que los indios se fueron, bien corridos por no haber podido cumplir la palabra que habían dado a los de Hevejico; y nunca nos osaron volver. El Capitán Mendoza lo hizo bien aquí este día que lanceó más de veinte indios, y así mismo los otros dos. En muy pocos días se recogió muy gran cantidad de comida; y visto por el Capitán que abastaba y había para en tanto que se cogían las rozas que los españoles hacían, mandó que ninguna persona cogiese más bastimentos, porque quedase también para los naturales, hasta que cogiesen sus rozas. Y luego el Capitán, a 25 de noviembre de 1541 años, en nombre de Su Magestad y del Gobernador Belalcázar, fundó una ciudad, que la intituló Antiochia; y nombró por alcaldes ordinarios al Capitán Mendoza y a Diego de Mendoza, y por regidores al Capitán Vallejo y a Juan de Yuste y a Francisco de Avendaño y a Francisco Pérez Zambrana, y otras personas honradas; los cuales todos hicieron la solemnidad que se requiere. Y fundada la dicha ciudad, y repartidos los solares, tierras y estancias a los vecinos pobladores, visto por el Capitán, como todavía los naturales andaban en escuadrones de guerra por las lomas, y no querían venir de paz, aunque había cerca de dos meses que no se hacía otra cosa, sino enviarlos a llamar con indios y no consistía que nadie saliese a ellos; y que tomaban atrevimiento de venir a desvergonzarse fasta la ciudad; porque de aquí no sucediese algún daño, mandó apercibir cuarenta hombres de a pie, y con ellos envió al capitán Vallejo a que diese sobre ciertos indios, que estaban junto en un pueblo, que se dice de las Guamas, que le pusimos este nombre, porque tenía mucha multitud de árboles de esta fruta que se dice guamas, el cual pueblo estaba de la otra banda de la loma de la Cruz. El cual se partió en anocheciendo, y era tanta la oscuridad y agua que aquella noche les hizo, y como era en fin de noviembre, hízoles tan gran frio de media noche arriba, que no se podían valer los unos a los otros, que aina se quedaran helados; y por remedio tomaron de no parase, sino siempre caminar. Y aunque estaban cerca del pueblo, a la subida de una loma, fueron sentido de dos indios que estaban puestos por espías, los cuales se fueron para el pueblo, dando muy grandes voces; y como los españoles vieron que eran sentidos, diéronse muy grande prisa a andar, y casi llegaron a un tiempo con los espías. Y como la noche era tan oscura, que sería dos horas antes del alba, los naturales, por haberse defender, salían de los bohíos con unos hachos de paja ardiendo, que fue muy grande ayuda para que los nuestros pudiesen dar en ellos. Y no pudieron llegar tan aina, que ellos no hubiesen alzado mucho de lo que en los bohíos tenían; y los indios enviaban las mujeres, muchachos y muchachas cargados adelante, y quedábanse ellos, como en retaguardia, con sus hachos de paja, y armas en las manos, encendida. Y los españoles, viendo como remetieron como unos leones y los indios a ellos, que fue una cosa espantosa de ver la guasábara que allí se tuvo, porque los indios eran muchos; pero todavía, con el ayuda de Nuestro Señor, los desbarataron con muy gran mortandad de gente de su parte; y se mató aquí un señor que se decía Zuzaburruco. Y ya era de día claro, cuando los indios dejaron el campo y los españoles tuvieron lugar de entrar en los bohíos, y se tomó mucha cantidad de oro y ropa de algodón, y se prendió mucha gente. Y estando los nuestros tomando un poco de huelgo del trabajo pasado, porque habían seguido en alcance a los indios por una sierra arriba buen rato, vieron que muy gran multitud de indios tornaba sobre ellos; y visto por el Capitán Vallejo, que era el caudillo que llevaban, como se viese sin caballo, y ya ser de día, y tener un mal paso que abajar, podría recrecer algún daño si a los naturales aguardaban, se acordó de retirarse a lo bajo; y así lo hizo. Y aun no eran bien abajados, cuando los naturales eran en lo alto, y empiezan desde allí a arrojar mucho número de galgas y tirar con ondas, que descalabraron algunos españoles. Los cuales tenían de pasar por fuerza un río que junto al alto estaba, el cual a la ida cuando le pasaron, no le pudieron pasar sino con manera medio a nado, y a la vuelta, como eran tantas las piedras que sobre ellos caían, le pasaron como si no hubiera río, sin aguardar el uno al otro, según la lluvia de piedras sobre ellos caían. Y todavía lo pasaran mal, sino fuera porque el Capitán, con ciertos de a caballo, había amanecido destrota banda del río, para hacerles espaldas a los españoles cuando volviesen. Y como llegaron ante el Capitán los indios que llevaban presos, él les habló, diciéndoles que, porque no habían querido venir de paz, habiéndoles enviado a llamar tantas veces, pues sabían que él no les hacía mal ninguno, antes les daba muchas cosas que ellos tenían en mucho, que porqué querían más ser muertos y andar por el arcabuco fuera de sus casas al frío y al agua; que se vinieren a ellos y se estuviesen quedos; y que si algún daño se les había hecho, era porque eran bellacos y no querían venir a dar la obediencia a Su Majestad, como él tantas veces se lo había enviado a decir. Respondiéronles, que ellos paz querían, pero que tenían noticia que otros hombres como nosotros habían pasado por unas provincias de Nori y Buriticá y Guaca, que están de aquellas provincias a treinta y cuatro leguas, que habían muerto todos los indios y señores de ellas, habiéndoles salido de paz; y que ellos tenían temor no se les hiciese lo mismo. Lo cual decían, por dos armadas que salieron de la provincia de Cartagena, que la una era del licenciado Vadillo, y la otra de Juan Grecimo [Graciano], que por allí habían pasado; que como no llevaban intención de poblar la tierra y permanecer en ella, robaron y destruyeron todo lo por donde pasaron, como aquello que poco les había costado. Y esto ha causado tanto daño en estas provincias de Hevejico y sus comarcas, que ha sido causa que los naturales hayan estado tan rebeldes; y Su Majestad había de mandar que todas las tierras que se descubriesen, habiendo aparejo, se poblasen, son muy grandes penas; porque muchos Capitánes hay, como no llevan esta intención, roban y destruyen las tierras por donde pasan; y estas partes son de tal calidad, que luego entre los naturales vuela muy gran cantidad de tierra el daño que en ellas se hace, como el bien. Lo cual el Capitán Jorge Robledo no ha hecho, sino que antes ha hallado muchas tierras destruidas de guerras, que entre los naturales han tenido unos con otros, y las ha tornado a rehacer y pacificado; y ha sido uno de los que buena orden ha traído en el conquistar, descubrir y poblar estas partes, porque con la buena maña que se ha dado, ha poblado dentro de dos años tres ciudades, y pacificado las provincias de ellas, y descubierto otras muchas y muy ricas, donde se pueden poblar otras. Todo a su costa y misión, sin ayuda de Su Majestad, ni de otra persona alguna, donde ha gastado más de ciento mil pesos de oro. Y es tan querido de todos los españoles que en su compañía han andado, como Capitán ha sido en Italia y en estas partes, por ver el buen tratamiento que siempre les hace, y la rectitud y sosiego en que les tiene, y ver que la tierra que se descubre, le da a los que la ganan y andan en servicio de Su Majestad; y que no hace lo que algunos Capitánes de estas partes suelen hacer, que como descubren algunas tierras, tiénenselas en sí, por llevar el usufructo de ellas, y que cuando las han bien escudriñado, danlas a los pobres conquistadores; y aún no tan mal si se las da a ellos, porque en estas partes suele acaecer, andar no sirviendo a Su Majestad diez y doce años, y no tener un muy buen repartimiento; porque saben que está muy lejos Su Majestad y el su Consejo, para se venir a quejar. Como el Capitán vio la respuesta que los naturales tenían, y la causa porque no venían de paz, los hizo entender, como no habían de recibir ningún mal tratamiento, y los soltó libremente y a sus mujeres con ellos; por donde perdieron parte del miedo que tenían, y comenzaron a venir de paz algunos indios a ver el Capitán y a los cristianos, para vernos del arte que andábamos. Y aunque no era de buena paz, el Capitán los dejaba ir y venir libremente, y no consentía que se les hiciese daño ninguno. Y el Capitán viendo esto, mandó se hiciese procesión dando gracias a Nuestro Señor por la victoria que siempre había dado, la cual se hizo día de Nuestra Señora de la O. [18 de diciembre], con toda la solemnidad que se pudo, y se dijo la misa en la loma donde se puso la cruz el día que en aquella provincia la primera vez entramos; y viendo el milagro que Nuestro Señor había hecho con ella, que habiendo estado cercada de todos los indios de la tierra, no la haber movido ni podido quitar; y se tenía a gran misterio, aunque es de condición de los indios, que todo cuanto hallan hecho de españoles, todo lo queman y destruyen, y las casas que ellos tienen hechas, si entran en ellas españoles y están en ellas una o dos noches, luego se van, las queman los naturales y dan por bien empleado el trabajo que pasan en hacerlas, por tomar aquella venganza, que les parece a ellos que la toman muy grande nosotros, en quemar ellos donde nosotros hemos estado o lo que hacemos. Y ansi se puso para de aquella cruz primera, otra muy bien labrada, y aquel día hubo allí muy gran regocijo, y el Capitán hizo allí banquetes de todo lo que se pudo haber, que no faltaron cosas buenas, aunque era la tierra nueva. Hecho esto, visto por el Capitán que la provincia de Peque, que confinaba con aquella de Heveico, no quería venir de paz, aunque la había enviado llamar muchas veces, envió a ella a Antonio Pimentel, con treinta y tantos españoles de a pie; el cual partió de la ciudad a primera noche, y antes que viniese el día, llegó a la dicha provincia, aunque con harto temor, por ser la gente de ella en cantidad y la entrada muy áspera. Pero plugo a Nuestro Señor que la entraron sin ser sentidos, y dieron en unos indios, que estaban en sus bohíos; y como de ellos fueron sentidos, comenzaron apellidar la tierra, y de presto se juntaron mucha cantidad de indios, y hecho sus escuadrones, vinieron contra los españoles y tuvieron su guasábara con ellos, en que hicieron alguna mortandad en ellos, aunque hirieron algunos españoles. Y los naturales cobraron tanto miedo a un perro, que se llama Turco, que los nuestros llevaban, que por su respeto, se retiraron, porque vieron que en un momento despedazó seis o siete indios. El cual perro y otros han hecho tanto provecho en estas provincias, por ser la tierra tan áspera y fragosa y no poder andar por ella caballos, que han sido causa, después de Dios Nuestro Señor quererlo encaminar, venir algunos de paz. Y es tanto el miedo que los naturales han cobrado a los perros, que cuando algunos venían de paz a la ciudad, desde gran trecho antes que a ella llegasen, daban voces llamando a la lengua, para que hiciese atarlos perros. Y tienen un conocimiento estos perros, que es de tener por misterio, que si ven ir un indio solo por ahí, sienten si es de paz o de guerra; y si es de paz, no le hacen mal, y si es de guerra, no hay quien los tenga, que no parece sino que claramente los conocían. Como los naturales de la provincia de Peque vieron el daño que los españoles les hacían, se retiraron por llamar más gente; y como los nuestros lo sintieron, no curaron de ir en alcance, sino antes se retiraron, porque venían muy gran cantidad de indios juntos contra ellos, que habían acudido a los apellidos que los del primer escuadrón habían hecho. Y viniéndose retirando los españoles, echaron menos un español, por lo cual es fue forzado buscar; y andándole buscando por un arroyo arriba, le hallaron caído, la cabeza hecha tres o cuatro partes, que había resbalado de una sierra alta y había caído allí; y como mejor pudieron, le tomaron en una hamaca en hombros, y se vinieron a donde ciertos de a caballo estaban, haciéndoles espalda; y de allí no con poco reposo, porque venían en su alcance muchos escuadrones de indios. Y como los indios de la provincia de Hevejico supieron el daño que los españoles habían fecho en los de Peque, se holgaron mucho, por ser sus enemigos; y venían ya de mejor paz; plega a Nuestro Señor permanezcan en ella. Sobre el cerro Nutibara (y Hotel Nutibara, Radio Nutibara) se dio un interesante debate en Medellín de 1938, acerca de la pronunciación del nombre, que quedó registrado bajo el título “Nutibara o Nutibará”, publicado en Repertorio Histórico. Órgano de la Academia Antioqueña de Historia. Vol. 14-15, Núm. 142, 1938, que recoge artículos de Agapito Betancur, Antonio Gómez Campillo, Félix Mejía Arango, Obdulio Palacio, Gustavo White U., Ramón A. Elejalde y José Solís Moncada. No se sabe cuántos perros hubo en la conquista. Pero su uso, así como cualquier otra arma, fue regulada por el comandante. Así se lee en Sarmiento: “… el dicho señor capitán eligió por caudillo a Gómez Fernández, vecino y regidor de la dicha ciudad [de Anserma], y lo envió con cincuenta hombres de a pie y con muchas ballestas y perros, porque no se sufría llevar caballos, porque decían ser tierra áspera; lo cual no era, que los indios habían mentido” (Pedro Sarmiento, ob. cit.)
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