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¿PORQUÉ LAS CALLES DEL CENTRO DE MEDELLIN LLEVAN NOMBRES DE PRÓCERES,
Plano del centro de Medellín, dibujado por Margarita María Gil, 1995
El 19 de abril de 2017 se realizó una tertulia bajo el título “Medellín Histórico y la Historia en Medellín”, en la sede de la Academia Antioqueña de Historia, ubicada en la carrera Girardot entre calles Maracaibo y Caracas. Doña Socorro Restrepo Restrepo, entonces presidente de la Academia, orientó la conversación hacia contestar la pregunta sobre qué hay de histórico en Medellín. Hubo muchas intervenciones al respecto, en especial referidas al patrimonio físico. Pero varios de los asistentes señalaron que en Medellín la historia también se recuerda a través de las calles, pues muchas llevan nombres relativos a hechos, lugares, países y personajes de la historia, en especial vinculados con la época de la Independencia; sólo que muchos transeúntes no saben qué significan esos nombres. Sea entonces lo primero recordar cuándo y por qué se le dieron esos nombres a las calles de la capital de Antioquia, que precisamente es la capital desde y por motivo de la Independencia.
Medellín es una de las pocas ciudades de Colombia donde se puede decir que la época de la Independencia Nacional está presente en la vida cotidiana de sus habitantes, debido a que muchas de las calles del Centro Histórico llevan desde el mismo siglo XIX los nombres de batallas y próceres de dicha época, pero no a la manera de mudas placas pegadas en las esquinas sino en el habla y en el alma de sus habitantes, porque esos nombres son usados para dar noticias (“Dos vehículos se estrellaron en el cruce de Bolívar con Maturín”), para conservar querencias (“¿Te acordás de la Panadería de las Palacios que quedaba en Carabobo con Zea?”) o para confundir turistas (“siga derecho por El Palo y cuando llegue a Bomboná le da la vuelta a El Huevo”), constituyéndose dicha nomenclatura de nombres en uno de los principales distintivos de la ciudad, como se aprecia en el cuadro anterior, al que aún le faltan nombres. Este fenómeno no es fortuito. Medellín, que empezó a surgir en las afueras del Resguardo Indígena de San Lorenzo de Aburrá (creado en 1616) como un caserío por el año de 1648 y que en 1675 fue erigida como Villa de La Candelaria, no era nada hasta la Independencia. Basta recordar la despreciativa respuesta que el agónico régimen colonial le dio a la solicitud del Cabildo de Medellín para que se autorizaran cátedras mayores en el Colegio de San Francisco (hoy paraninfo de la U. de A. en la plazuela de San Ignacio): “importan cien veces más en semejantes lugares los maestros de primeras letras que las aulas de filosofía, de teología y de cualesquiera otras facultades. Todo el mundo necesita saber leer, escribir, contar e instruirse en los rudimentos de la fe; y no todos quieren, pueden, ni necesitan ser teólogos, juristas ni filósofos” (Informe del doctor Camilo Torres Tenorio, representante del Colegio Mayor del Rosario ante el Claustro de la Universidad de Santo Tomás, 25 de enero de 1808, en: Guillermo Hernández de Alba, Documentos para la historia de la educación en Colombia. Tomo VI, 1800-1806. Patronato Colombiano de Artes y Ciencias. Bogotá, Editorial Kelly, 1985, pág. 306). Fue la Independencia la que puso a Medellín en el mapa de Colombia. Primero, en 1813, al elevarla de Villa a la categoría de Ciudad; luego, en 1822, al fundar el Colegio de Antioquia (hoy U. de A) en Medellín y no en Santafé de Antioquia, y después, en 1826, al otorgarle a Medellín la capitalidad de la Provincia de Antioquia. Por eso, y porque desde el Valle de Aburrá salieron importantes capitales para financiar la emancipación, Medellín es una Ciudad de la Independencia, y esta circunstancia ha motivado, más allá del sentimiento patriótico común a todos los colombianos, una enorme gratitud entre los medellinenses hacia las personas, las batallas y los países de la Independencia, y en general hacia una revolución que removió las trabas que la dominación española le imponía al desarrollo de la pequeña urbe.
Lo anterior explica que "El jefe municipal D. Juan M. Fonnegra, por decreto de 28 de marzo de 1873, diera a algunas calles de Medellín los siguientes nombres que aún conservan: Maracaibo, Caracas, Juanambú, Perú, Venezuela, Ecuador, Sucre, Ricaurte, Zea, Caldas, Córdova…" . Que en 1910 la Sociedad de Mejoras Públicas organizara el Centenario con todas las de la ley . Que en 1913 se construyera el Bosque de la Independencia, hoy Jardín Botánico. Que en 1923 se inaugurara el Parque de Bolívar. Que en 1942 se colocara la estatua del general Santander en la Plazuela de San Ignacio y luego se erigieran sendas estatuas a Sucre en el Parque de Boston, a Zea en la plazuela de su nombre, etc. Y que hace muy poco, con ocasión de los 200 años del Grito de la Independencia en 2010, se construyera el Parque Bicentenario detrás del Teatro Pablo Tobón Uribe. El problema es que, volviendo a los nombres de las calles de Medellín, en un tiempo en que la información circula a una velocidad jamás vista y en la que paradójicamente la cátedra de historia desapareció de las aulas escolares, dichos nombres se están desconectando de su sentido. Una brecha enorme se está instalando entre el significante y el significado. Cada vez son más los habitantes de Medellín y del Área Metropolitana que viven, trabajan o visitan de modo frecuente el centro de la ciudad pero desconocen dónde quedan calles tan notorias como Bolívar, Junín, Palacé o El Palo, para no decir otras igual de céntricas pero poco conocidas como Córdoba, Tenerife, Calibío, Zea o Juanambú, prefiriendo orientarse mediante señas, como primates (con perdón de los primates). Si esta ignorancia ocurre en cuanto a la ubicación geográfica, tan clave en la movilidad de una ciudad, un olvido más extendido recae sobre el significado de dichos nombres. Al paso que vamos, cada vez será más cierto que chiste aquello de “confundir la Carrera Carabobo con un bobo a la carrera”. Este tema no ha sido ajeno a las Administraciones Municipales, que a través del tiempo han ejecutado importantes proyectos de señalización de las calles del centro con sus nombres de pila e incluso con placas metálicas de hermosa factura en que se hace una reseña de las batallas y los héroes, pero las placas se desprenden o desaparecen con el vandalismo y el olvido continúa. La conmemoración de los 200 años de la batalla de Boyacá brinda una ocasión excepcional para revitalizar en el Centro Histórico de Medellín el imaginario ligado a la época de la Independencia, porque, como toda conmemoración, se trata de “con-memorar”, hacer memoria conjunta, colectiva, de un acontecimiento importante. Se sabe que un proceso tan complejo, tan amplio en sus motivaciones y consecuencias y aún incompleto en su capacidad integradora de la nación, como fue el de la Independencia, es mucho más que nombres de batallas, de países y de próceres. Pero son íconos como estos, puestos en las calles y carreras de nuestra ciudad, los que mantienen la conexión de cada generación con el pasado, y, sobre todo, con la pertenencia de todos a una patria común, a ese corazón georeferenciado que identificamos como Colombia en el Atlas Universal.
Sobre los nombres de las calles, ver: http://www.elmundo.com/portal/pagina.general.impresion.php?idx=164876 . Sobre la celebración del Centenario en Medellín, ver: |