HUGO LADINO “CHORY”:

HISTORIA DE UN MATACHÍN DEL CARNAVAL DE RIOSUCIO

 

Por: Diego Fernando Ortiz Vallejo

 

Texto presentado por el autor en el XIII Encuentro de La Palabra, llevado a cabo en Riosucio, del 15 al 19 de agosto de 2007.

 

De Chory debo decir que lo conocí taciturno...aunque estaba desempleado supe de su boca y de verlo organizar desde su cama el itinerario del día, que se procuraba un empleo ocasional gracias al óptimo perfil de funcionario que le dejó la liquidación de Telecom; conocedor avezado de las  direcciones y los teléfonos de Riosucio se le encomendaba por una “chichigua” de pago, repartir los recibos de cobro de los bancos, puerta a puerta. Taciturno en días de oscura sobriedad, sentía el peso absurdo de aquella obligación de subsistir a punta de recibos maricas. Incluso, la mejor parte del trabajo  que consistía  en aceptar humildemente una cantidad desmedida de invitaciones a comer en cada casa en que debía dejar su encargo, se volvía una molestia, ya que si aceptaba cuanta invitación iba y venía, repartía menos recibos y la chichigua…se convertía en miseria. Esa situación zozobrante, bajo un desconsuelo dulzón, pleno del humor dicharachero que lo acompañaba, tornábase en una burla lapidaría de su condición: “A los riosuceños deberían pensionarnos a todos, porque de esa forma nos dedicaríamos cien por ciento a hacer disfraces, a escribir letras, a hacer cuadrillas, a planear el carnaval siquiera en unas diez ediciones futuras”

 

Chory decía que amaba este pueblo sin saciedad. Amar sin armarse… en la embriaguez lúcida del guarapo, para cualquier ocasión…amar; el domingo de cuadrillas consumaba su amor a pesar de que lo aguardaba el ascetismo doloroso de un anacoreta histrión que debe privarse de beber. Y se privaba…entregando mediante un sacrificio como aquel, su corazón a Riosucio…ahora entiendo porque defendía, que al carnaval no lo tergiversaran  poniendo al diablo en el lugar del pueblo…la cuestión era de amor más que de un ímprobo asomo de folklorismo. Importaba más que el pueblo supiera que sus matachines aunque perdidos o desahuciados  tenían un compromiso de amor y que privarse del guarapo semejaba poner en crepitación  la oblación profunda con qué entregarle al pueblo su cuerpo y su espíritu el domingo de cuadrilla.

 

Tengo fijadas cinco o seis “conversaciones de parceros”, él y yo. Con Chory resultaba imposible el análisis imparcial del investigador prevenido ante la vocación del pueblo hacia lo folclórico; Chory también explicaba su carnaval así.  Sus primeros pensamientos tuvieron mucho de purista del carnaval, pero al mismo tiempo nuestras conversaciones lo llevaban a formularse nuevas preguntas, como si fuera un pensador sempiterno, un Zaratustra riosuceño cavilando en profundidad sobre el sentido de su “Diablo del carnaval”: “Mi relación con el diablo es sentimentalmente intrínseca. Es la musa inspiradora, es el motor que le da movilidad a mi cerebro, mis manos, mi cuerpo… que alimenta mi alma de cuadrillero, mascarero, matachín. Sin su fuerza, sin su poder, sería imposible crear, moldear”.

 

Una noche nos pusimos a arreglar su cuarto de los rebrujos. “Los re-brujos del brujo”; un casco pintado de azul con el esqueleto de un viejo parlante a manera de antena receptora o según Chory, un radar para comunicarse directamente con el cielo; Ese era el casco del “arcángel Chory” el día de la instalación de la república carnavalera. Chory recordó en el acto el traje que acompañó ese casco; un tutú de bailarina que le costó trabajo encajárselo el día de la presentación. De ahí que confirmara los efectos del guarapo en su cuerpo de bailarín.

 

Con las alas  fue otra historia, las había armado tan grandes que en uno de sus versos de la Instalación después de que el arcángel se queja del peso de sus alas, se las quitó en escena: “encartado yo me siento/ con estas dos grandes alas/ serán tan grandes mis malas/ que no alivie mi tormento”… 

 

Empezamos a pintar las partes cuarteadas del casco pensando en mi disfraz el día del convite, es decir el día en que se declaraba el pueblo “maduro para el carnaval”. Una de las cosas que nos unió fue que Chory percibió que el hecho de ser un investigador del carnaval no me eximia de mostrar rasgos de histrión como él. Entonces se dedicó a cuadrarme el disfraz del convite con piezas de muchos disfraces que había lucido en carnavales anteriores. Llevaría el casco del arcángel y una trusa mitad azul rey, mitad negra, pensada para un tipo de arlequín hecho de retazos. Mi estatura favorecía el disfraz y a Chory le preocupaba lograr en mí un porte carnavalesco, lo cual creo, me permitió entregarme de lleno a sus consejos…¡me estaba disfrazando el que sería la voz del diablo del carnaval!. Llegué a sentirme como Chuchui, el matachín berraco al que disfrazaba todos los santos días Alberto Ospina, mi amigo, “el arisco”; El mismo Chuchui que no conocí pero con quien pude reírme mucho viéndolo en fotos, pavoneándose en la plaza  de mercado con un traje de chica playboy, de porrista, de enfermera, de futbolista y por supuesto, de diablo:

A instantes de iniciarse el convite chory me dice:

 

“oiste negrito, a vos no te gustaría ponerte la capa del arlequín, es pequeña pero te da libertad para la expresión del cuerpo.

Uy chory pero es que me veo muy flaco…mire no más por atrás

Que le hace negrito, vos decís que sos un arlequín culiseco…te podés ir en el desfile pregonándolo

Que va Chory …se van a  cagar de la risa

 

Y qué, lo importante es dignificar el disfraz…a los que se rían les sacás el culo…claro que puede que se vuelvan a reír.

 

El caso es que nunca me puse el casco pero sí la miniatura de capa que dejaba al desnudo el cuerpo enjuto de este servidor, metido en una trusa enorme (me quedaba grande y así salí al convite) con las partes pudendas palpables, como dando la impresión de un aditamento del disfraz, un bultico  informe que me tuvo incomodísimo durante toda la comparsa.

 

El resto de la tarde lo ocupamos en organizar una pila de pinceles regados por ahí, cada uno impregnado de un color distinto. El cuarto transpiraba ese olor del desorden que resume las tardes solitarias del mascarero en plena operación creativa; lo despojos de viejos disfraces rediseñados para nuevos carnavales; gotas pétreas de la arcilla que había servido para que cobrara vida la nueva máscara, atravesada por un gesto de pavor…de aquel cuarto atiborrado de máscaras yacía una que en el acto, Chory recogió como levantando a un hijo que después de un duelo despide trabajosamente sus últimos estertores: la de las dos caras de la moneda. Aquella gruesa cáscara que ejemplificaba el poder protervo de una iglesia viciada. Ataviada con un tapiz de monedas de viejas denominaciones, para su hacedor mostraba cómo los jerarcas de la Iglesia ejercían su poder de mediadores con el altísimo, por un burdo puñado de oro. El cardenal llevaba una túnica ampulosa y esa máscara inquietante exhibiendo un gesto de insaciable ambición…se representaría en la cuadrilla cuyo tema resumía el nombre de la máscara y pregonaba el problema del mal propalado por los mismos ministros de la iglesia,  los pregoneros del bien. De lo que se trataba era de retratar esa paradoja del modo cándido con que se oía a Chory proclamarla para nadie…tal era su condición de profeta náufrago.

Chory defendía el poder creativo de su carnaval. Imposible salir dos años después con el mismo tocado, con la misma máscara; “el carnaval se renueva negrito”. Los dictámenes del Diablo no son los mismos. El rito del saludo al Diablo cobra la fuerza de una queja por lo que acontece en el pueblo, el país, el mundo, todo dicho en el estilo del decretero, que es matachín y cuadrillero…la síntesis de lo que Chory pavoneaba de su ser, para un carnaval construido de “tradición y novedad”.

 

También fluía el guarapo y a él se le brindaba con el mismo fervor que a sus máscaras…todo elemento constitutivo del carnaval trae consigo un ritual que lo realza en el momento de exponerlo para la fiesta…las bendiciones al guarapo casi siempre le eran encomendadas a Chory. Su compromiso llevaba un dejo de solemnidad impenitente. Nada era en broma aunque la broma y el retruécano justificaran los actos solemnes. De tal catadura era Chory: El que juega con la broma y para ello asume la seriedad de un sacerdote en la liturgia.

 

Otra de aquellas conversaciones inolvidables aconteció un martes, día de la semana en que solo para Chory y para la gallada de guaraperos del pueblo, cabía la idea de emborracharse; amenazaba llover y el parque San Sebastián entristecía de soledad. Estábamos él, la nausica (una musa  aérea que inventó Chory cierta noche durante un soliloquio que sostuvo con sus codos) y yo….suficiente que alguno de los dos propusiera un primer traguito para saber a qué nos ateníamos  el resto de la noche, sin  importar el aguacero que se esperaba. Empezamos nuestra conversación recordando a don Sigifredo, padre de Chory, inventor de un lugar de tertulia bastante conocido en Riosucio: La saspelucantina. Era don Sigifredo el campeón del chisme y hombre de reputado mal humor. Respecto a la saspelucantina, ese insólito lugar, no me extenderé, puesto que muchos de los riosuceños la mencionan en sus cuentos, novelas y crónicas. No obstante, Lo que narró aquella noche Chory, determinó en mi espíritu un seguro flechazo con el pueblo. Por  la vía del recuerdo de los cuentos que le  atribuía a su padre, era fácil  suponer por qué Chory tenía la chispa que tenía para improvisar el típico chiste de cantina. La saspelucantina resumía los oficios del contertulio: Sastrería del sastre que conversa mientras hace las medidas del traje, peluquería del peluquero que cuenta chismes mientras rasura y acicala al cliente, y cantina de un cantinero improvisado que atiende la tusa de sus pobres borrachines, todo en un mismo recinto. Don  Sigifredo a quien le decían “Chorizo” y de quien heredó Chory el sobrenombre, solía explotar sus malas pulgas con el fin de burlarse de quien diera pie para ello: al amarrado que regateaba por la mitad del costo de la peluqueada, le motilaba la mitad de la cabeza. Y si la quería completa ¡que pagara la otra mitad!

 

En alguna oportunidad, durante agosto, mes de las cometas, fue retado a hacer la más grande de todas por uno de los vecinos del pueblo. Como Don Chorizo solía fabricar cometas de gran realce se tomó en serio la apuesta. Empezó a fabricarla y la hizo tan grande que el día de la apuesta, cuando se probaban en duelo las dos cometas, no pudo sacarla de la casa pues no cabía por la puerta.  Fue así como envió  un emisario para informarle a su contendor que había ganado por “W”.

 

Muchos más fueron los relatos que Chory me compartió aquella noche, guarecidos de la lluvia en el alar de Ceveco, el almacén de muebles más elegante del pueblo y en el que se conservan fotografías de antiguos carnavales. Pero lo que penetró en mí con mayor contundencia fueron sus palabras de afecto para conmigo y en suma con la investigación que llevábamos a cabo. “Sos un hijueputa…pero de los buenos”…Esa noche, en medio del guarapo, dejó florecer la admonición de su vida futura. Por  eso creo que su semblante eufórico escondía la zanja de un dolor enconado, solo visto desde adentro. La misma zanja enconada que me presagiaría el destino pronto, en el magma de un carnaval grisáceo…de la mano de nausica.

 

Fue enfático en advertirme que todo hombre debe dejar huella entre su prójimo, sea para que se le alabe o vitupere, pero nunca pasar desapercibido. Pasé de considerarme un hijueputa de los buenos a considerarlo el jerarca de los hijueputas buenos…de seguro Chory no pasará desapercibido ni siquiera para quienes no lo conocieron.

 

Con el paso atronador de una noche tempestuosa entramos en el debate sobre el significado del carnaval. Lo habíamos considerado un debate de a diario entre él, la nausica y yo, sobretodo a partir de sus apreciaciones, en las que no cabía solución consensuada entre la naturaleza tradicional y la oportunidad de cambio que albergaba el carnaval, según las nuevas teorías engendradas al amparo de las tendencias predominantes en el campo de las Ciencias Sociales. El caso es que las discusiones al contrario de lo que suponíamos, resultaban bastante provechosas a raíz de la tolerancia de Chory a la hora de escuchar la carreta nuestra; si bien, para él podría sonar a profanación, pero con gran asombro tomaba en cuenta el trasfondo de nuestras dudas respecto a la estructura del carnaval, estática e invariable, quizá por la operación de cambio que definía el carácter performativo del Carnaval de Riosucio:

 

Si en cada carnaval nada se repetía,  por lógica la fiesta albergaba en si misma  los cambios de sentido que la motivaban y que permitían la inclusión de un sinnúmero de variaciones convirtiéndola en un contenedor de muchos fenómenos que lograban expresión en su seno.  Sin embargo siempre hubo en nuestras conversaciones un prurito nacido a partir de la figura del Diablo del carnaval: “el que quiera vivir el carnaval, debería hacer un cursito prematrimonial con el diablo, para que no vengan a tergiversar porque es una figura a miles de años luz del nuestro”. Esas reservas que cruzaban rito, mito, y tradición en la mente de Chory terminaban siempre en un freno al debate a través de una  de esas frases que repetía permanentemente y que traeré a colación textualmente según como la relató en una de nuestras entrevistas formales: Es como algo que decía mi papá, que era barbero cuando empezaron a proliferar las peluquerías de homosexuales, entonces llegó un cliente y le dijo “chorizo, estoy preocupado por vos, si has visto la cantidad de maricas que llegaron de peluqueros, ahorita sí te vas a morir de hambre” y mi papá le dijo “tranquilo mijo, que contra la base de nuestro prestigio, se estrella en vano la competencia” . Entonces contra la base del prestigio del carnaval, cualquier cosa se estrella, hay una barrera muy berraca.

 

Así pasaron varios días de precarnaval…días en la intimidad de uno de los gestores, quizá entre los más devotos, para quien este carnaval significaría algo más que “entrega”.

 

Chory comenzó casándose con las cosas de la fiesta desde que tenía trece años. Su padre hacía parte de la legión de mamagallistas del carnaval; participó del grupo de los “viejos dañaos” que organizaron las maratones de los bobos del pueblo, es decir la fastuosa carrera de “los tres rayos”, a quienes después de embriagar hasta los tuétanos -todo pago-, ofrecían un buen monto de dinero al ganador. El ampuloso evento con desfile incorporado de los bobitos memorables del pueblo, se organizaba en la cancha de Sipirra. En ocasiones, aquella cancha, por acción de las lluvias, terminaba convertida en un barrizal imposible…eso le daba intensidad a la apuesta, pues además de borrachos y bobos, los competidores, desesperados por el premio, arrancaban la carrera con jadeante entrega, todo para satisfacer a la concurrencia que se embriagaba gozando, al calor de los guarapos, de una suerte de circo romano empantanado. Chory recordaba a menudo las tantas pilatunas que nacían durante las tardes en que la saspelucantina se atestaba con los amigos de su padre…aunque realmente para él ya iba cociéndose el deseo de acercarse al carnaval, más que para gozárselo, para exponer su cuerpo como un menestril consumado en el núcleo de la celebración.

 

Siendo prematuramente bailarín de las danzas del Ingrumá, Chory habría de recordar esas épocas con la nostalgia de un viejo. El viaje a Estocolmo para la premiación del Nobel a García Márquez, estaba entre sus recuerdos, empapado de un realismo mágico mucho más excéntrico que el de los personajes de Macondo; La historia de las dos bolsas de guarapo envasadas, a punta de jeringa, en bolsas de suero que Chory se encaletó debajo de un gorro cosaco y que no se quitó ni siquiera en San Juan de Puerto Rico, cosa que lo hizo acreedor entre sus amigos al mote de “montañero”, representaban esa rutilante acción que un recuerdo ejerce sobre un hombre adolorido. Envejecía ante mi rostro cuando además recordaba las frustraciones de quien quiere animar a las nuevas generaciones a mantener el fervor por los asuntos del carnaval, pero que siempre se estrella con los consabidos favores e intereses políticos, contra los cuales Chory siempre tenía una crítica mordaz, aunque dolorosa. Desde la honda estela de su nostalgia subían en tropel los recuerdos de su aprendizaje como mascarero, siguiendo los consejos de Tatinez, el gran mascarero-diablo de Riosucio, del cual habrá  ocasión para contar su historia, adherida intrínsecamente a la del pueblo. Nutria fue otro de sus maestros y según la copiosa memoria de Chory estos dos colosos de la máscara y el disfraz le enseñaron la técnica artesanal para la construcción de las máscaras. Rondaba los quince años cuando empezó a participar en el carnaval con sus propios disfraces. Su relato traía esa sensación órfica de poeta consumado. El recuerdo de esa mezcla de niño deslumbrado ante la riqueza teatral de su pueblo y la enorme pobreza de aquellos días,  lo llevaba a contar las razones del juglar que canta con el estómago vacío, pero canta porque lo embeben las ganas de cantar…así fueran el paliativo incompleto del hambre de bolsillo acumulado como un arca tenaz entre las cavidades abiertas de su cuerpo…Aquello curtiría su corazón después...

 

II

Las noches del Ingrumá en los eneros magnéticos que presagiaban el retorno de su majestad……El cerro del Ingrumá, el cerro protector del pueblo, al que todos los poetas de Riosucio dedican parte de sus versos fundamentales, se erguía como imponente faro de luz  en San Sebastián, entre mi enjutez y la abundante carcajada de Chory. Un silencio que hablaba por los dos, trenzado con la brisa ligera, hálito nocturno del cerro desde su matriz de piedras triangulares, hogar de Lucho el loco, que movía su cabeza en una cadencia constante,  como de protector profético del pueblo contra los conjuros de la vida rutinaria y durante los mediodías de calor escanciados sobre el parque la Candelaria…Ahora que escribo, Lucho debe estar batiendo por cada palabra su cabeza en señal de aprobación ritual. Chory a su turno estará inquietamente asaltando las agujas de la iglesia de La Candelaria, y reconocerá la huella chamuscada que Tatinez dejara en el aire, aquellos días en que se hizo parcero del diablo. Pasará como nube olvidada, la urna líquida donde guardamos su cuerpo; Chory querrá pendular su disfraz de Diablo en la punta del cerro Batero, haciendo equilibrio para su danza del gallinazo, una vez retorne al cementerio a emborracharse con Tatinez, cuya tumba aún no ha sido deglutida por la hierba, como sucedió con la de Nutria, y unos cuantos matachines de cuyos nombres solo se acuerda su majestad…

 

No se comprenderá la magnitud del efecto que sobre mi ser provocaron ese torso y esas piernas de Chory entregadas a la danza del gallinazo. Una experiencia más allá de su escritura. Estoy condenado a registrar solo unos pálidos reflejos cuyo eco despierta mis recuerdos; estoy francamente conminado a inventar a un Chory de polvo. De ser así al menos inventaría que La Iberia, y Sipirra fueron dos aventuras místicas prolongadas tras el cuerpo grácil del bailarín entretanto le poseía el trance de la danza del gallinazo; inventaría además que aquellos saltos pícaros de duende en lo alto de la Iberia, desde donde observaba su majestad el Indio los avernos de Riosucio, fueron su danza mágica de despedida…

 

Con la endiablada entre los indígenas empezó a despedirse. Allí me puso en escena intempestivamente al diablillo suelto lloviendo vejigazos; me dibujó con su cuerpo en movimiento, el origen del carnaval según los doctos, pero a la vez que lo pensaba, sentía en su gesto una réplica tácita que me decía desde la voz ríspida de Chory borracho: “negrito, este es el conjuro de nuestro diablo”…

 

A toda máquina el barco  ebrio de Chory, halado por las cárdenas colas de los cometas de pólvora entre los escarpados de una montaña azulada y las oquedades centelleantes de las flautas de chirimía, la noche de la entrada del Indio a la Iberia; no habría otro espectáculo como el que me embebía en ese instante. Por cada salto cobraba forma el juego arcano de la patasola y la llorona al cortejo de un diablo brincando, asustando y pegando con vejigas de cerdo infladas en todas las puertas de las casas del pueblo. La evocación del rastro del carnaval que hubiera querido aceptar aquella noche, pero que no acepté por temor a violar cierta cosa sagrada de su catarsis, es una de las razones de mi duelo, escrito a fuerza de recuerdos en desbandada. Sin embargo, entonces habría porqué bailar: Porque era la primera y última vez que me encaraba un juglar auténtico entregándome, mediante sus ondulaciones vegetales al son del tambor, esa especie de fuego eterno prendido a su mochila.  Porque hace poco lo vi haciendo equilibrio sobre la cabeza del ángel que custodia la puerta del  cementerio, saltando de nuevo en puntas de pie sobre cada cruz, puesta en su persona de aire, en su rostro de arcilla, mi máscara ajada con el retrato de un diablo sedicente en la mejilla. Aquel retrato que pinceló Nausica una tarde triste de tristeza, despidiéndose también.

De aquella máscara postrera que une en una tríada fantástica a Chory, a su invención por los codos y de su lengua de la Nausica, y a mi alter-ego, hablaré después…toda melancolía por ahora me embarga.

 

Como un sueño de lluvia pertinaz viene a mí ese turbulento acontecer de los días previos al carnaval. Chory había acordado beber desde el 20 de diciembre hasta cuando tuviera que asumir una obligada abstinencia, en razón de su compromiso con la cuadrilla. El 23 de diciembre se habían reunido para bautizar a los novatos cuadrilleros que participarían de “La fantasía de la escoria”, para lo cual Chory oficiaba como sacerdote de la ceremonia, bendiciendo el guarapo e imponiendo la distinción de cuadrillero a cada uno de los nuevos integrantes, mediante un rito curioso en el que se les cortaba un mechón de pelo y acto seguido,  eran  condecorados con un diploma en forma de acróstico donde se resumía la misión que se les asignaba como cuadrilleros. Don Alberto Ospina, oficiaba como insignia viva del diablo, debido a su larga trayectoria como cantor de los saludos en carnavales otrora febriles, según sus relatos; Chory estaba francamente feliz aquel día, tanto que durante la comida en casa de la señora Emma, inveterada cuadrillera, y ante una pregunta sobre nuestro trabajo de investigación que me hiciera “galletica”, el intelectual orgánico de la cuadrilla, respondí una retahíla de argumentos sobre el sentido y los objetivos de la investigación, que Chory aprovechó como pretexto cómico para un elogio desmedido de mi condición: “ahh este muchacho sabe más que las comidas de doña Emma”

 

El grupo de grabación acordó alojarse en casa de Chory una vez llegara, gracias a mi insistencia y al poder inspirador de aquella morada consumida por la humedad. Era una oportunidad apropiada para participarle de una entradita de dinero adicional, bastante urgente, dada la peladez en que andaba. Me había quedado solo cuadrando los preparativos de recepción del grupo que grabaría un documental sobre el carnaval de Riosucio. Nada en el estrecho mundo físico y emocional guarda tantas paradojas como aquella actividad de agite, preocupado aquí y allá por “atender a la visita”, en vista del estado de la casa de Chory; siendo un soltero por convicción es imaginable la envergadura de mi trabajo de limpieza. Pero lo paradójico es que esa entrega estaba indisolublemente ligada a una ilusión que se fue como el polvo y la basura que depuré…la ilusión de mi criatura de carnaval que intenté esculpir a dos manos, una de la musa y otra la mía…ninguna era mi mano. Otra mano de Abel arador bebió en la siega y cosechó su viñedo…El signo de Caín se me había posado en la frente.

 

Con la zanja a cuesta hube de acercarme un poco más al Chory azotado que me veía desde su burladero, yo desde el mío, compartido el dolor a dúo, La Nausica de solsticio en su pleno solsticio apuraba el puñal…sus codos lo advertían aquellas noches de duermevela, a la espera de la resaca que se mataba con guarapo, en una impajaritable reunión con Marino Largo, Efrén León, y la gallada de Curramba, de la que se hablará cuando se vacíe el  calabazo.

 

Las horas corrían lentas entre el año nuevo y el comienzo del Carnaval. Cuatro días extraños en los que Chory tuvo ocasión de hacerse fantasma; merodeaba su casa que era el hogar del grupo ahora. Iba y venía como recogiendo sus trasgos de pegante y vinilo. Recogiendo todo como si quisiera cosechar de la arcilla desperdigada, el panorama de su muerte…me invitó tiempo después a contemplar aquella creación sin criatura. No acepté y se lo dije con mis ojos…los días eran fustas lacerantes, para él y para mí. Los días se parecían en su semblante a la reteñida historia del payaso, que sonríe ocultando su dolor detrás del gesto festivo…así respondería a los matachines sus saludos el día de la entrada del diablo a Riosucio…

 

Fue el día en que la consumación silenciosa de una voz potente se perdía entre la juerga del pueblo y los saboteos de un Diablo protervo oficiando de director de orquesta. El mismo que compusiera los parlamentos del convite, que a Chory le parecieron denigrantes, sobre todo la oferta de un papel pírrico de ángel decadente, que desde luego rechazó.

 

Yo, llevaba mi máscara de diablo soviético. Felicité a Chory cuando bajo del proscenio, pero su rostro no había acumulado ni un ápice de euforia; en contraste arriba sobre un balcón, la ninfa del guarapo le lanzaba besos cargados de calor; Chory limpió sus zapatos con desgana, abrazó a su novia y se perdió entre la multitud, quizás a celebrar con melancolía su retirada a un burladero mas holgado que la plaza de San Sebastián. Tampoco lo seguí porque me esperaba la partida.

 

Al siguiente día me fui, mal herido, con los ojos de Chory incrustados entre los míos. No lo volvería a ver.

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